Piso 33
[Nicholas Lime]
Soy un tipo huraño, o al menos esa es la imagen que proyecto. Me cuesta relacionarme con los demás, es un hecho indiscutible. Mi físico no ayuda: soy bajito, demasiado delgado y algo feucho. Desde siempre me he sentido más cómodo detrás de la pantalla de mi portátil, y mis relaciones personales se reducen a las amistades casuales que hago en internet, sobre todo en foros relacionados con la última tecnología. Sin embargo, mi psicólogo no me define como un ser antisocial. Siguiendo su consejo, intento agradar a la gente, pero en su opinión hago tal esfuerzo que mis reacciones y mis comentarios les parecen falsos a los demás.
En el trabajo soy el freaky de la oficina, soy consciente de ello. El hecho de ser el único informático no ayuda en absoluto; no es fácil entablar una conversación casual en el ascensor sobre los cookies almacenados en tu ordenador o sobre errores de conexión a internet. No es como comentar el lunes la victoria de los Chicago Bulls del día anterior o a quién expulsaron de Big Brother 16 la semana pasada. Pero es que eso a mí no me interesa: cuando oigo a mis compañeros charlar de los personajes de la actualidad me doy cuenta de que no sé de qué están hablando y prefiero borrarme y dirigirme a mi puesto, volver a la seguridad virtual de la red. Sé que muchos de mis compañeros, los que notan mi presencia al menos, comentan sobre mí a mis espaldas e inventan apodos con los que referirse a mí. Pero eso sí, cuando no pueden abrir un archivo porque les falta un pluggin, son de lo más amables: “Sebastian, por favor, necesito tu ayuda inmediatamente. ¿Qué haríamos sin ti?”. Ya dejo de ser un nerd porque les soluciono el problema. Sólo por eso me aprecian.
La semana pasada fue mi cumpleaños y, para mi sorpresa, no fui excluido de la tradición de recibir un regalo en el que normalmente colaboramos todos los empleados. Supongo que nadie sabía qué regalarme exactamente. Tras un “Happy birthday” cantado sin demasiado entusiasmo me pusieron delante un paquete de unos cincuenta centímetros de alto y pensé que me habrían comprado una botella de vino o cualquier otro licor, para alegrarme el carácter o algo así. Pero no, habían acudido al ámbito de la tecnología para escoger mi regalo. Cuando lo abrí vi que era una escultura de mí mismo en miniatura, una de las numerosas aplicaciones de la última tecnología de los escáneres 3D. Había oído hablar de ello, pero no imaginaba que se podía hacer ‘tu otro yo’ de forma tan realista partiendo de una simple fotografía. Eso sí, en plan sólo de guasa, me dijeron, habían hecho una serie de pequeñas “mejoras” a la fotografía antes de realizar la impresión. Con el photoshop me habían cambiado el peinado, eliminado las gafas y me habían vestido de forma muy distinta, cambiando mis pantalones de pinzas y mis camisas a rayas por prendas más a la moda, comentaron entre risas.
En ese momento me pareció una broma de mal gusto, pero traté de poner mi mejor cara agradeciéndoles que hubieran tenido ese detalle para conmigo. Al final del día cogí mi regalo y me lo llevé a casa asegurándoles que lo iba a colocar en un lugar visible.
Vivo en el piso 33 de un rascacielos impersonal, con unas excelentes vistas del lago Michigan que no comparto con nadie. Cuando subía en el ascensor dejé en el suelo mi regalo tratando de dejarlo atrás por olvido, pero una señora que nunca me había dirigido la palabra antes me advirtió antes de que saliera que me dejaba una caja olvidada. No tuve más remedio que recogerla, dándole las gracias por la advertencia. Lo primero que hice al entrar en mi apartamento fue tirar la escultura contra la pared opuesta de la sala de estar. Creí que se rompería y me libraría de ella, pero la figura, hecha de un material resinoso, aguantó bien el golpe, sufriendo simplemente un pequeño desperfecto en la cabeza y en el hombro izquierdo.
–¿Crees que puede ser un caso de auto-lesiones? No sé, no me gustaría que terminara cometiendo un suicidio que podríamos haber evitado.
–No sé qué decirte. Lleva viniendo a consulta unos meses y aunque no he notado en él tendencias suicidas, su nivel de falta de autoestima es francamente preocupante. ¿Cuál es la versión de la policía?
–Aparentemente el vecino del apartamento de al lado oyó dos golpes muy fuertes, contra la pared y luego contra el suelo. Llamó a la policía porque temió que fuera un asalto. La policía lo encontró en el suelo, con un fuerte golpe en la cabeza y daño también en el hombro izquierdo. Está en observación y estamos esperando a que despierte. No había signos de violencia o de que nadie hubiera entrado en el apartamento a la fuerza.
–Bien, esperemos a que despierte a ver cuál es su propia versión.
No sé el porqué de tantas preguntas, la verdad. Simplemente me he caído de una silla y me he dado un mal golpe, no es para tanto. Al psicólogo parecía que le preocupaba la posibilidad de que me quisiera suicidar. Seguiré el consejo del médico y estaré de reposo unos días, tranquilo aquí en mi apartamento. Total, para lo que hay que ver fuera... ¡Maldita sea! Se ha manchado la moqueta de sangre aquí.... Sería de la herida en el hombro. Joder, y todavía está aquí la escultura de las narices. ¡Qué curioso!, no me había parado a pensar en que las consecuencias de su golpe y el mío hayan sido tan parecidas. Ni que fuera mi otro yo de verdad, la cosa ésta. Viéndolo bien, no le queda mal esta forma de peinarse, me dan ganas de probar a ver qué... a ver, sí, creo que es más o menos así. Bueno, pues no, no queda mal, lo mismo si visto ropa similar y me pongo lentillas doy ese aire de seguro de sí mismo que parece tener. Por probar...
–Pues claro, subnormal, ya era hora de que te dieras cuenta.
–¡Eh! ¿quién está ahí? ¿Quién me ha hablado?
–Tu padre, ¡no te jode el tío! ¿Quién va a ser? Tu otro yo, ¿no me llamabas así hace un rato?
No puede ser, me estoy volviendo loco, no hay otra explicación. O eso o los ansiolíticos me están jugando una mala pasada...
–¡Será bobo! Que soy yo, tu otro yo, pero mejorado; la escultura, vamos.
¡Leñe! Esto no es normal, creo que la escultura me habla... A ver, serénate, Sebastian, háblale a ver qué pasa, así se te irá la histeria y todo volverá a ser normal.
–Hola, ¿qué tal?
–Fatal, idiota, porque no tengo tiempo que perder contigo. Tienes que espabilar. Necesitas cambiar el aspecto ese de muermo con el que vas por la vida y empezar a ser un poco ‘cool’. Que no tienes ni un amigo y ni hablemos de comerte una rosca con las tías...
–¿Y... qué se supone que debo hacer, según tú, listo?
–Vale, escucha, memo. Ese pelo necesita un nuevo corte ya. Y después vamos directamente al centro a comprar ropa, y de marca, a darle aire a la tarjeta de crédito. Y ni se te ocurra dejarme aquí, que veo que te compras lo más hortera que tengan en la tienda.
–Guau, Sebastian, ¿qué te has hecho? No pareces el mismo. ¡Me gusta el cambio!
¡La leche! Era Erin, era Erin y me ha hablado, me ha hablado a mí, ¿no se habrá confundido? Joder, ya empezamos. ¿Qué es lo que te he estado diciendo todo el fin de semana? Confianza en ti mismo, coño, que es mejor ir por la vida dando hostias que recibiéndolas. Estírate, cabeza alta, sonríe a las pivas, joder.
–Hola, Sebastian, ¿qué tal tu fin de semana?
–Bien, ocupado, de compras y eso, ya sabes, Anna. Pero mejor me hubiera ido si te hubiera tenido a ti de consejera, que siempre me ha gustado tu estilo.
–No se diga más, para la próxima, yo encantada de ser tu personal shopper. ¿Qué llevas en la mochila, no es la escultura que te regalamos?
–Eh, sí, es que se cayó el otro día y quería llevarla a reparar. Me han hablado de un sitio aquí cerca, así que... Estás muy guapa hoy, por cierto, te sienta el pelo suelto...
No me lo puedo creer, ¡funciona! Me moría de vergüenza por dentro, sobre todo cuando te ha visto asomar la cabeza, cotilla. Pero a ella le han gustado mis comentarios, sin duda. ¿Y todavía lo dudabas, mameluco? Así que ya sabes, menos esconderse detrás del pc y más hablar con la peña. Comenta con los chicos a la hora de comer el nuevo doble-doble de Pau Gasol de ayer y te los meterás en el bolsillo. Bien, bien, buena idea.
No hay que quitarte mérito, desde luego las cosas han mejorado pero que mucho últimamente. Me siento otro, creo que has sido capaz de sacar lo mejor de mí mismo de algún lugar desconocido en que estas cualidades estaban escondidas.
–Perdona el retraso, Sebastian. ¿Cómo has estado este último mes? Ya veo que las secuelas físicas de tu accidente han sanado bien. ¿Qué me cuentas de lo demás? ¿Cómo va ese ánimo?
–Genial, doctor, es como si el golpe hubiera dejado salir a mi otro yo, a un ser desconocido para mí, pero que es mucho más compatible con el mundo exterior. Ahora soy capaz de relacionarme sin problemas, la gente me aprecia y ya no me refugio en el trabajo y la tecnología como hacía antes.
–¿En serio? ¿Crees que todo ese cambio tiene que ver con tu accidente?
–No sólo lo creo, tengo pruebas de ello.
–¿Has empezado a dejar los ansiolíticos al ritmo que te dije que hicieras?
–Aún no, la verdad es que me encuentro tan bien que me da miedo dejarlos.
–Quedamos en que sería algo temporal, no es bueno alargar el tratamiento si los síntomas de ansiedad ya no existen. Tienes que empezar a dejarlas, reduciendo un cuarto de cada toma cada semana.
–Está bien, doctor, empezaré el lunes mismo.
Será positivo para mí, tal y como ha dicho el doctor, ya me encuentro fenomenal, así que empezaré a dejar las pastillas el lunes por la mañana, más que todo para empezar con la nueva semana y controlar así mejor fechas… ¡Y una porra! Ese médico de pacotilla lo único que quiere es que vuelvas a ser el muermo que eras antes. Es que no te das cuenta de nada como no esté yo iluminándote. Se siente intimidado por tu nueva personalidad y por el éxito que ahora tienes con las churris, parece mentira lo bobo que puedes llegar a ser. Si estaba más que claro con las miradas que te echaba su enfermera cuando salíamos de la consulta. Te hacía ojitos y no le ha gustado nada de nada. Ahora que has sacado el tigre que llevabas dentro los demás machos se sienten intimidados y quieren que vuelvas a tu estado sumiso, imbécil. Es que de verdad, si no estuviera yo contigo… Hummm, puede que lleves razón, no lo había pensado así.
Te dejaré aquí sobre la estantería hoy. Se va haciendo un poco raro el llevar la mochila al trabajo todos los días para traerte conmigo. No quiero que los compañeros sospechen y empiecen a inventar historias sobre mí. Lo comprendes, ¿verdad? ¿Qué? ¿Pero qué estás diciendo, idiota? No me gusta que me estés insultando todo el tiempo, la verdad. Hoy te quedas aquí. ¿Pero no ves que sin mí diciéndote lo que tienes que hacer para ser cool no atinas ni una? ¡Oye, que te estoy hablando! ¡Ni se te ocurra salir por esa puerta y dejarme aquí porque no respondo! Atente a las consecuencias y…Menos mal que ya estoy fuera de casa, a veces me da miedo, quiere dominarme en todos los aspectos y, aunque hay que reconocer que me ha ayudado mucho, no quiero ser él, quiero ser yo mismo. Voy a tomarme la dosis reducida de ansiolítico, tal y como le dije al doctor, aprovechando que no me ve ahora.
¿Ves? Ha sido un día normal. Todos en el trabajo me han tratado como siempre me tratan últimamente, no lo necesito para nada. A partir de ahora mando yo y él se queda en casa. ¡Hombre! Ya de vuelta el señorito independiente. No vuelvas a dejarme aquí, porque lo mismo que decidí en su día ayudarte, puedo decidir convertirme en tu enemigo y hacerte difícil la vida. No me tientes, ya te advierto. ¡Cállate! ¡No quiero oírte más! ¡Y una mierda! A mí tú no me das órdenes, imbécil, recuerda que yo también soy parte de ti y que no puedes ir contra ti mismo. ¿Qué haces con ese esparadrapo? Genial, ahora estarás calladito y no me andarás molestando.
–¿Te encuentras bien, Sebastian? Hace unos días que te noto, no sé, como ausente, y algo paliducho, para serte sincera.
–Demasiado trabajo, Anna, sólo eso. Necesito acabar con la revisión de los equipos esta misma semana y me están dando la lata más de lo que pensaba. Gracias por preocuparte, eres un encanto.
–Cualquier cosa que necesites, ya sabes dónde encontrarme.
Toc, toc, parece que las cosas no te van demasiado bien sin mí, ¿ah? Eres tonto para rato, creías que con un simple esparadrapo me ibas a callar. Puedo entrar en tu mente cuando me dé la gana, y ahora no me tienes como amigo, precisamente. La gente en la oficina te empieza a mirar raro otra vez, ¿no te das cuenta? Jajajajajajaja… ya comienzan a cotillear sobre ti en los corrillos y a inventar historias. No hace falta más que ver cómo te miran a hurtadillas a veces. ¡Cállate! ¡Cállate! ¡Déjame vivir en paz! No puedo seguir así, me va a volver loco. Tengo que acabar con él, tengo que acabar con él, tengo que acabar con él…
–Sebastian, ¿estás bien? ¿Te ocurre algo? ¿Dónde vas?
¡Aquí estás! Te ha llegado el final, no me vas a estropear la vida, no si yo puedo impedirlo. He vivido sin ti toda mi vida y puedo seguir haciéndolo. Jajajajajaja… ¿qué me irás a hacer tú a mí, imbécil de mierda? ¡Te vas a arrepentir de todos tus insultos y tus maltratos! Ahora verás, primero las piernas, fuera, rota, ahora los brazos y por último el cuello, ¡fuera, hasta aquí llegaste! Y ahora a la basura, bolsa, y al tubo… jajajajaja… qué bien suenas cayendo y dándote de golpes contra las paredes del tubo… 33 pisos… ¡Y el golpe final!
Fenomenal, arreglado. Me siento liberado, la verdad, ahora sí que podré ser yo sin sus invasiones continuas de mi mente. Mi nueva vida comienza ahora.
–¿Has oído lo del chico este del 3305?
–No, no hace ni una hora que volví de viaje, ¿qué ha pasado?
–¡Qué horror! Nadie sabe cómo ha ocurrido exactamente. El portero oyó un ruido extraño de madrugada y cuando salió se lo encontró estampado contra la acera. Una imagen esperpéntica. Tenía al parecer el cuello roto, la cabeza casi separada del tronco, los miembros rotos e incluso parte de un brazo amputado. Parece que se había ido dando contra los balcones en la caída…
–Desde luego, siempre había sido un tipo huraño, demasiado raro, demasiado imbuido en sí mismo… Pero nadie se merece morir de esa manera.
–Pues sí. Más que un ser humano parecía un muñeco totalmente descuartizado…