Una mañana con mi princesa

Una mañana con mi princesa

[Liliana Ortíz]

Sobre mis hombros pesa la gran responsabilidad de ser padre; pero más que ello sé que depende de mí educar, enseñar y amar a una pequeñita que tiene los ojos sobre mí en todo momento. Quiero ser para ella lo más importante y un ejemplo a seguir ahora que tengo su atención; cuando crezca las cosas cambiarán y quiero dejar en su mente la idea de que voy a estar siempre para ella. En una ocasión decidí llevarla a mi oficina; me levante temprano y como de costumbre su cuerpecito estaba colocado en una silla alta para alimentar bebes; le di un beso a mi esposa, cuando estuve sentado y empezando a desayunar le dije que llevaría a nuestra princesa conmigo; le decimos princesa porque es nuestra única hija, al menos por el momento.

Al principio ella no estaba muy convencida pero empezó a preparar las cosas y arreglar a la niña. Comí como lo hacía cada mañana; muy despacio y disfrutando de la compañía de las mujeres que más amo; debo confesar que estaba muy emocionado con la idea de llevarla conmigo; pero también muy asustado por no saber qué hacer con ella. A sus escasos dos años habla con mucha fluidez, corre y brinca por todos lados, no dejando de lado que sus manitas quieren tocar todo lo que esté a su alcance y aún no sabe ir al baño. Ese día no tenía muchos pendientes, así que era la ocasión perfecta para llevarla conmigo y que la conocieran mis amigos. El viaje se inició con mucha calma y tranquilidad, la subí al automóvil, el cual le gusta mucho; se queda observando fijamente los lugares que transitamos y sus ojitos devoran cuanto puede mirar. Llegamos y quedo asombrada al ver el alto edificio; al ir en el elevador hacia el décimo piso se aferró a mí con un poco de miedo. Llevaba conmigo la pañalera y una bolsa térmica para las pachas; mi esposa, que exagera un poco, me cargó con provisiones como si fuera a salir a una larga excursión; mientras caminaba los cascabeles hacían su peculiar ruido y todos volteaban a verme.

Algo avergonzado continué mi camino y llegué a mi oficina, que en instantes se volvió una zona de guerra. Ella corría y lo tocaba todo; yo, de forma desesperada, ponía a salvo cosas importantes. Tomé con mucha prisa la pañalera y saqué unos juguetes para que se distrajera. Los minutos comenzaron a pasar y yo los sentía eternos; tuve que hacer dos cambios de pañales: el primero fue toda una pesadilla, se movía, pataleaba, se agitaba y se manchaba aún más; era un número dos y yo no estaba preparado para cambiarlo, nunca lo había hecho, el olor era insoportable, pedí refuerzos, pero mi secretaria no quiso aduciendo que estaba muy ocupada. Tuve que hacerlo solo, utilizando más toallitas húmedas de las que en realidad necesitaba y le eché casi medio bote de talco.

La segunda vez ya tenía un poco de experiencia y la distraje con unas imágenes de mi computadora, eso la hipnotizó y me dio el tiempo necesario para cambiarla. Creí que estaría entretenida con eso por mucho tiempo; pero lo que a un niño de dos años le sobra es curiosidad. También tuve que dar una pacha haciendo malabares para mantenerla quieta y con calma para que comiera, porque cuando tiene hambre se pone de mal humor, aparte de vigilarla en todo momento porque si llevaba el más mínimo rasguño mi esposa sería capaz de asesinarme; no, en realidad creo que exagero, solo me vería con sus ojos llenos de cólera y no me hablaría un par de días, lo que supondría dormir en el sillón hasta que el enojo le haya pasado y digo esto porque yo como todo buen padre también soy muy exigente; la diferencia es que mi esposa me convence con un rico pastel, se me acerca todo el tiempo y pone una carita de ternura que no puedo resistir; yo no me resisto a ella, pero ella sí se resiste a mí, lo que es irónico porque se supone que nos queremos y amamos igual.

Las horas pasaron y ella empezó a desesperarse. Quería ir con mama, decía, y yo ya no sabía qué hacer. Llamé a mi esposa para decirle que llevaría a la niña y me respondió con un rotundo no. Dijo que al saberse sin preocupaciones de la niña decidió salir a hacer algunos mandados; aunque yo no sabía si creerla porque se escucha todo en total calma; así que creo que me engañó y se encontraba todavía descansando en la cama; o tal vez solo me dijo que no para que yo me diera cuenta de lo duro que es cuidar de nuestra hija.

En un breve tiempo llegó mi jefe con una gran noticia; al principio me vio sorprendido y luego se horrorizó al ver en lo que se había convertido mi oficina; le dije que mi esposa se encontraba indispuesta y había tenido que ir al médico y no tenía donde dejar a mi hija; así que la llevé conmigo. Descuida, respondió, a todos nos pasa; y es que con quién estaría más seguro un hijo que con sus propios padres. Me explicó con rapidez que habíamos logrado un contrato con una empresa grande relacionada con productos de computadoras y que deseaban lanzar al mercado una impresora 3D; me dijo también que en nuestras instalaciones se encontraba un prototipo terminado listo para ser usado y conocer el funcionamiento del aparato. No podemos dar a conocer los beneficios y cualidades de un producto que no conocemos; por ello insistimos mucho en conocer qué es lo que anunciaremos.

Con mi hija en brazos me dirigí al cuarto que me indicaron; ella en todo momento estuvo aferrada a mí conociendo un lugar totalmente nuevo; al principio quiso llorar; pero en cuanto vio el aparato sus ojos se dedicaron a inspeccionarlo. Debía hacerlo funcionar, así que a duras penas y con mi hija en brazos tomé el mouse y llevé el cursor a la opción de imprimir. Yo estaba sorprendido y mi hija lo estaba aún más. Sonreía y con mucha alegría señalaba la máquina. Estaba completamente feliz y extasiada y yo más tranquilo al ver que había encontrado algo con qué entretenerla. El ser humano con la capacidad de soñar e imaginar había creado una impresora capaz de recrear en tres dimensiones un dibujo o imagen que antes solo podía verse a través de la pantalla. ¿Qué desean imprimir ahora? Dijo el técnico, que se encontraba explicándonos el funcionamiento; y mi hija sin pensarlo dijo: mariposa. La princesa habló, dijo mi jefe, y eso se imprimió. Luego el técnico continuó diciendo que se imprimirían flores; todos nos sorprendimos, pero la niña que estaba en mis brazos aplaudió de felicidad. Poco a poco nuestros empleados observaron el funcionamiento de la impresora para generar ideas en relación a la publicidad. Pero yo no puedo olvidar el instante en el que los ojos de mi hija se iluminaron y la sorpresa se reflejó en su rostro. El hombre es capaz de ponernos a soñar en unos solos segundos.

Poco a poco la hora del almuerzo se acercaba y el técnico me entregó un informe detallado en relación al funcionamiento de la impresora; todos estábamos felices con la idea de promocionar un aparato que revoluciona la sociedad; podemos dejar de soñar con las imágenes que tenemos en una pantalla, porque ahora las podemos tocar.

A la hora acordada mi esposa llega completamente bellísima; yo tenía arregladas sus cosas, aunque claro que no lo hice solo. Tuve que ordenarle a mi secretaria que me ayudara porque no quería hacerlo, aunque creo que mi orden sonó algo a un tono de súplica. Entregué a la niña a mi esposa; me despedí de ambas y regresé a ordenar la zona de guerra en la que había estado; mi esposa me llevó almuerzo, así que mientras comía regresé mi oficina a la normalidad.

Cuando retorné por la noche a la casa mi hija estaba dormida y yo completamente cansando le conté a mi esposa lo ocurrido en la oficina omitiendo detalles vergonzosos, claro está. Ella me agradeció con un gran beso que tratara de pasar más tiempo con nuestra niña. Debo confesar que nada le gusta más a una mujer que un hombre tenga que cuidar a los hijos. Si pudieran cambiaríamos de rol, ellas saldrían siempre a trabajar y el cuidado de los niños estaría a nuestro cargo; debo confesar que creo que lo haría muy bien, pero nosotros no sabríamos sobrevivir en la dura guerra de cuidar un niño, al menos no sin ayuda.

Luego de nuestra aventura algunas veces por la mañana mi adorada princesa me pide llevarla conmigo, sinceramente no puedo y tampoco me dan muchas ganas porque no tendría a la impresora 3D para hipnotizarla; pero en cuanto sepa que llegue el escáner la llevaré con mucho gusto. Los objetos que se imprimieron ese día adornan el cuarto de mi princesa y debo reconocer que cuando los ve, sonríe.

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