El Hacedor

El Hacedor

[Slodovan]

Había leído sobre ello hacía tiempo en una revista de divulgación científica. El abanico de posibilidades era inmenso. Casi podría considerarse un Dios, con la capacidad de crear lo que quisiera. Un Creador. El Hacedor.

Una impresora en 3D al alcance de todos podría cambiar el modo de producción, comercio y consumo en el mundo entero. Todos podrían arreglar y sustituir objetos en vez de comprar nuevos o podrían fabricarse sin necesidad de ir a comprarlos. Las utilidades y funciones de esta nueva maravilla tecnológica eran ilimitadas, pero en su mente ya tenía una idea.

Consultó los catálogos de los precios de estas máquinas y su precio era elevado para su sueldo de mileurista, pero asequible. En menos de un año podría juntar ese dinero sumando ahorros, pagas dobles y reservando una cantidad al mes. Valdría la pena.

Y así se concienció a lo largo de todo ese año en que no hubo viaje de vacaciones ni escapadas ni salidas nocturnas, a las que llamaba raids. Obviamente sus relaciones sociales se limitaron y sus amigos cada vez le vieron menos. Pero ese tiempo de ocio fue invertido de otra manera. Se pasaba horas frente al ordenador en un ejercicio autodidacta de navegar por la red, hasta que lo hizo con una pericia propia del capitán Acab sobre los siete mares. Lo que buscaba no era fácil, no se encontraba dándole en el motor de búsqueda de google.

Pasaron muchas horas frente a la pantalla plana hasta que logró su objetivo. Finalmente tenía los planos de lo que pensaba crear. Era una pieza clave en su magna obra. Saldría en todos los periódicos, como un genio, un avanzado a su tiempo. Imprimió los planos en alta calidad y observó hasta el último de los detalles con precisión de cada una de las múltiples piezas que formaban aquello. No podría haber error, debía crearlas con precisión quirúrgica. No menos de dos meses estuvo estudiando esos planos hasta que su mente los conociera mejor que su primordial diseñador.

El tiempo pasaba y el dinero se iba acumulando en la cuenta corriente, pero los meses pasaban rápidamente y aún quedaba mucho por hacer. Su vida se centró en ir a trabajar y de vuelta a casa a preparar su gran obra. Ahora venía una parte complicada. Una en la que debía salir y relacionarse. Debía conseguir la parte fungible del artefacto. Las unidades que se consumían. ¿Dónde conseguir esas cápsulas de Nespresso? No era fácil, ya que no eran cápsulas de café aunque él así las llamara.

Hizo algunas llamadas a viejos amigos, más bien conocidos, tanteando el terreno, si sabían algo. Por suerte para él, no todos habían cambiado. Los había que aún no se habían casado y habían tenido un crío. Seguían a lo mismo que cuando tenían veinte años. A estas alturas de la vida ya no cambiarían. Él en parte era igual que ellos, pero diferente, él tenía un objetivo, un plan maestro. Unas trazas que le guiarían hacia la Gloria y la inmortalidad. ¿Quién podría parar al Hacedor? En breve sería posible crear cualquier cosa. El destino le preparaba para algo más importante. Su sueño, su visión era algo que lo hacía superior a sus antiguos compañeros y él lo sabía.

Comprar aquellas cápsulas le costó un poco más –mucho más– que las que se vendían en la selecta tienda de Nespresso, que estaba situada al lado de la tienda de Apple. Centro neurálgico del esnobismo del consumo. Templos del consumo a la marca. Estas empresas habían logrado crear una religión de devotos fanatizados, sustituyendo al dios barbudo y agonizante en un palo de madera por la última versión de Iphone. Algo que sin duda estaba en las antípodas de lo que se imaginaba que sería el mundo con las impresoras 3D. Las cápsulas de no-café obviamente no las compró ahí, sino acompañado por su amigo en el extrarradio de la ciudad, en un barrio que no había pisado nunca y que no pensaría pisar nunca más si pudiera. El desembolso fue suficientemente grande como para retrasar la compra de la impresora en un par de meses más. No había problema, no había que precipitarse, la Magna Obra debía ser realizada con cuidado y meticulosidad, nada podía dejarse al azar. Es más, cuanto más tardase, más se darían cuenta de la grandiosidad de todo el proyecto. Aunque proyecto no era la palabra que más le convencía, pues cuando uno ha sido tocado por la genialidad y está predestinado a algo tan grande, lo que trabaja no es en un proyecto sino en una misión.

Las arenas del tiempo fluían incesantemente y una buena parte de su Magna Obra estaba realizada. A estas alturas, su vida social era exigua por no decir nula, a excepción del tiempo que tuvo que buscar aquellas capsulas de no-café, de las que tenía en gran cantidad. Su mente estaba absorbida las veinticuatro horas en su creación. En el trabajo cumplía con su jornada laboral de ocho horas y punto. Si poco aliciente le encontraba al principio, ahora era nulo. Simplemente era una herramienta necesaria para su Magna Obra. Un engranaje más en todo este proyecto.

La llegada del periodo vacacional supuso un estado de excitación y euforia que ni diez cafés Nespresso juntos. Ahora tenía las veinticuatro horas del día en exclusiva para avanzar. Lo primero que hizo fue bajarse el manual de instrucciones de la máquina que iba a comprarse. Así ya sabría cómo funcionaría una vez la tuviera en sus mano. Era tanta el ansia por disponer de ella que le puso un nombre a su futura impresora 3D: Eva. Pues como la primera mujer en la mitología judeocristiana. Su impresora pariría los objetos que él, El Hacedor, deseara.

Mientras millones de personas se achicharraban bajo el sol en ardientes playas de molesta arena y otros tantos recorrían las calles de ciudades extrañas, El Hacedor, encerrado en su casa, estudiaba hasta el último detalle de cómo funcionaba Eva. Le hizo gracia que esta mujer sí llevara manual de instrucciones. En el pasado recordaba haber realizado esa broma con sus amigos. De eso ya hacía tiempo, ya no se acordaba mucho de ellos, pero ¿quién los necesitaba? Aprovechó también para ver tutoriales en youtube sobre el uso, manejo y trucos de impresoras 3D. Le maravillaba que él fuera uno de los primeros en usar esa tecnología, pero claro está, no iba a ser tan fácil de usar como la Hewlett Packard que tenía a la izquierda de su ordenador. En todo caso algo tan ambicioso requería de un esfuerzo y un sacrificio que aumentarían el valor y reconocimiento de su obra, o acaso ¿no había estado Dios siete días y siete noches para crear el mundo? No pain no gain, que decían los culturistas.

Cuando los treinta días naturales de periodo vacacional habían sido disfrutados, tal y como decía el estatuto general de los trabajadores, ya sabía todo en cuanto a Eva y el uso de las impresoras 3D. Tenía los planos de su artefacto, las capsulas de no-café y ahora solo faltaba estudiar dónde y cuándo realizaría la presentación de la Magna Obra.

Numerosas fueron las tardes estudiando el lugar, imprimiendo mapas de la zona, calculando el aforo y quorum de los espacios. Apuntando horarios. Al igual que con anteriores estudios, todo lo hizo al detalle y al milímetro. En menos de un mes tenía el plan listo para ser ejecutado. Le hizo gracia pensar en esa última palabra.

Las hojas de los árboles empezaron a caer cuando por fin había reunido el dinero suficiente. Eva estaba ya de camino tras realizar la interacción económica por ordenador. En pocos días un trabajador de FEDex picaba a su puerta entregándole un voluminoso bulto. La piedra angular del plan maestro. Y no fue casualidad, sino una coincidencia. Una señal del destino lo que vio en el periódico on-line. La fecha en la que iba a presentarse ante el mundo como El Hacedor. Iba a ser una presentación a nivel mundial de forma simultánea. Ni en sus mejores sueños podría habérselo imaginado. Los Hados estaban de su lado.

Empezó a trabajar de forma permanente en ello. Dejó el trabajo y no se debía de preocupar por el dinero. El finiquito y el paro le sobraban para pasar tres años sin necesidad de trabajar. Él no necesitaba tanto, solo necesitaba cuarenta días. Su relación con Eva era febril e intensa, la puso a trabajar de inmediato. Su aprendizaje teórico previo le sirvió para que rápidamente aprendiera el uso práctico de su impresora 3D. Poco a poco las piezas de plástico fueron creándose tal y como estaban en los planos. Por fin había llegado el momento de sentirse un dios.¡El Creador!, El Hacedor! En poco más de una semana estaba ensamblando las piezas del artefacto, mejor dicho de los cuatro artefactos, había realizado las piezas por cuatro. Y ahí, encima de la mesa, más de un año después, estaba el sueño que se le había formado en su mente tras haber leído aquel artículo en una revista científica.

Los gritos y lloros se oían por todo el centro de la ciudad. El caos y el miedo fluían ante la multitud que ahí se había congregado y que ahora se dispersaba confusa intentando alejarse y esconderse del peligro mortal al que estaban expuestos. Charcos de sangre inundaban las aceras y calles y los cuerpos de varias personas yacían muertos o malheridos dejando un dantesco escenario. Al poco se escucharon las sirenas de ambulancias y posiblemente de la policía, pero entre medias algún sonido seco y fuerte que retumbaba por la ciudad aumentando el pánico y la histeria colectiva. Ante cada nuevo disparo, la masa de gente corría despavorecida intentando salvar su vida, algunos no lo conseguían y caían al pavimento fulminados o malheridos por una cápsula de no-café de plomo.

Para cuando un grupo de policías acabó con el psicópata armado con no menos de una docena de balas en su cuerpo, el número de víctimas se elevaba a seis muertos y nueve heridos graves. La policía se quedó perpleja al examinar el arma, más bien las cuatro armas, del asesino en masa. Eran réplicas exactas de la Colt Commander MKIV hechas en plástico, estando tres de ellas semifundidas, probablemente del desagste.

La prensa no lo llamó El Hacedor sino el asesino de la impresora 3D y la Magna Obra fue sustituida por la Matanza del Iphone 9, ya que había ocurrido el día en que se ponía a la venta de forma simultánea y globalmente dicho gadget, y los seguidores devotos habían concurrido de forma masiva a las tiendas Apple a hacer cola desde hacía días para tener uno de los primeros terminales.

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