Si ellos supieran…
[Seblen]
En el edificio número dos, primer piso, séptima celda de la cárcel de Puente Ayala, se encuentra un hombre que dice ser inocente. Todas las noches la historia es escuchada por los demás presos mientras vemos el béisbol, luego de la hora de cenar. Ya me la sé de memoria, cuenta algo así:
«Era apenas un adolescente cuando mi padre compró esa impresora 3D que desencadenó los hechos que me hacen estar aquí. Juan, mi padre, discutía siempre con mi mamá por la impresora; mi hermano y yo no entendíamos nada, y me golpeaban si preguntaba al respecto. Yo, por mi parte, trataba de alejar a mi hermano para que no presenciara dichas discusiones.
Luisa, mi madre, vendió la impresora buscando acabar con todo, ya que mi padre la utilizaba para materializar billetes falsos. Muchas veces le amenazó con matarlo o con suicidarse, pero este no le hizo caso. Al vender la máquina se separaron, yo me fui con mi madre y mi hermano con mi padre.
Nuestra casa quedó sola, junto a todo el dinero falso que mi padre tenía almacenado. Ese año mis abuelos enfermaron y en lapsos de tres meses fallecieron uno por uno. A raíz de esto mis padres, conmovidos, se vieron en la necesidad de estar juntos nuevamente.
Fuimos felices un tiempo, juntos. Era el mejor de mi clase con calificaciones de diecinueve puntos, mi hermano tenía apenas doce años y sacaba la pelota de jonrón cada vez que le tocaba el turno al bate. Cada vez que podíamos salíamos a pasear y practicar béisbol junto a nuestro padre.
El dinero que dejamos en nuestra casa al irnos fue robado, jamás realizamos denuncia alguna por el hecho de que era falso. Me gradué de bachiller, pero jamás imaginé que luego de mi acto de grado sería el peor día de mi vida. Nos encontrábamos celebrando en el Paseo de la Cruz y el Mar, cuando se presentó una persecución a causa de un robo.
El disparo de cañones detonando balas frías, las personas corriendo de un lado a otro, todo era confuso. Caen mis padres al suelo cual cuerpos inertes, fluye la sangre por el suelo, nadie ayudó a pesar de pasar cientos de personas y ahí fallecieron. Quedamos solos mi hermano y yo, uno apenas mayor de edad y el otro con quince años apenas.
Las pertenencias que por herencia nos correspondían fueron arrebatadas por el entorno social de nuestros padres. Empecé a trabajar para mantener a mi hermano, pero las deudas de los servicios no nos dejaban respirar, estábamos completamente solos. Dejé la universidad para trabajar los tres turnos, no le veía la cara a mi hermano más que los fines de semana.
Mi hermano valoraba muy bien lo poco que podía darle, tenía el mejor promedio en bateo de la liga, y era el principal prospecto a grandes ligas del Estado. Me encantaba desayunar con él las pocas veces que podíamos, mayormente los domingos conversábamos mucho.
─¿Cómo te fue esta semana? ¿Todo va bien?
─Sí… Todo está bien en mí, pero necesito un guante y unos tacos nuevos, los míos ya están demasiado desgastados ─dijo mi hermano con voz baja.
─Está bien, esta semana los tendrás ─repliqué, sabiendo que sería un gran sacrificio.
Mi vecino me contó que en la otra cuadra había una casa abandonada, y que dentro de ella había mucho dinero. Yo en ese momento no hice caso, pero la inflación junto a la necesidad influyeron e hice lo que jamás pensé hacer en mi vida: hurtar. Nadie se iba a enterar, mucho menos mi hermano, el dinero estaba escondido y nadie nunca asistía a esa casa.
No hubo necesidad de asistir armados, ni seguridad había en la casa. El vecino me acompañó ese día y entramos juntos.
─¡Hey! Lo encontré.
─¿Dónde estás? Es muy grande esto ─dije, sin saber de dónde provenía su voz.
─Aquí en el sótano, tienes que ver esto. Hay mucho dinero, y una impresora 3D ─dijo emocionado.
─Ya voy, ya voy ─respondí mientras bajaba.
─¡Somos ricos! ¡Somos ricos! ─gritaba.
En efecto, era muchísimo dinero apilado, acordamos que yo me quedaría con la impresora mientras él no la necesitara y repartirnos el dinero a partes iguales. Planeamos guardar el dinero en nuestros hogares e irlo depositando en el banco en pequeñas partes cada semana. Nadie salió perdiendo y pude saldar todas las deudas, además le compré a mi hermano las cosas que necesitaba.
Un domingo mientras desayunábamos mi hermano me preguntó:
─¿De dónde sacaste todo ese dinero?
─Ehm… ¿A qué viene esa pregunta? ─dije nervioso.
─Porque sé de dónde lo sacaste y estoy muy decepcionado. Preparé mis maletas, me iré a internar en una academia de béisbol en Valencia. Había declinado esta oferta por no dejarte solo, pero ahora no quiero estar contigo ─dijo molesto.
─Hermano, por favor, no te vayas, lo hice por necesidad, no hice daño a nadie, ni siquiera tenía dueño ─repliqué desesperado.
─¡No quiero un hermano ladrón! ─respondió antes de tomar sus maletas e irse para siempre.
Desde ese entonces me deprimí hasta el punto de no salir de casa, pasaba días en la mesa donde cada domingo desayunaba con mi hermano, anhelando una llamada, un mensaje. Le deseaba lo mejor, mucho éxito, aunque a veces sintiera que no valoró lo que hice por él. Los libros que leía me mantenían ocupado, sin dejar que fluyeran ideas alocadas por mi cabeza.
La mañana de un lunes de julio me encontraba en la mesa, con ambas comidas servidas pero sin poder comer. Disfrutaba del silencio, pero odiaba la ausencia de mi hermano. Justo iba a empezar con mi desayuno cuando, derribando la puerta, entraron hombres armados a la casa:
─¡Al suelo! ¡Manos en la cabeza! ─dijo uno de ellos.
─¿Qué es esto? ¡Yo no hice nada, soy inocente! ─respondí mientras era tirado al suelo con las manos en la nuca.
─¿Estabas esperando a que llegáramos? ─dijo uno de los funcionarios, que vestía pantalón y corbata.
─¡Encontré el dinero y la impresora! ─vociferó alguno de ellos mientras se reían de mí.
─¿Entonces? ¿No hiciste nada? Uno más del montón ─dijo nuevamente el de la corbata antes de llevarme detenido.
Me llevaron a la central, me explicaron que se me acusaba de introducir al banco dinero falso, que se abriría un juicio en mi contra y que me asignarían un abogado defensor. Estuve durante quince largos días en espera del juicio, preparando la defensa con el abogado, quien desde un principio me dijo no podría hacer mucho por mí.
Estaba resignado ya, solo esperaba el día en que se hiciera formal mi aprehensión. El banco contaba con todo el poder del Estado y se había perdido gran cantidad de dinero por mi culpa. Durante todo el proceso, solo pensaba en mi hermano: “¿Lo habrán involucrado?”, era todo lo que pensaba.
El día del juicio todo fue muy rápido, estaba preparado para lo que iba a suceder, pero aún así me llevé una gran sorpresa en el desarrollo del interrogatorio bajo juramento.
─¿Jura usted decir la verdad y nada más que la verdad?
─Sí, lo juro ─respondí decidido.
─¿Ha falsificado usted cantidades extravagantes de dinero con su impresora 3D? ─pregunta el abogado demandante.
─¡No! ─respondí exaltado, viendo una esperanza al ver que se me acusaba de falsificación mientras que yo no estaba al tanto de esto.
─Entonces, ¿cómo explica sus huellas en la máquina? ─preguntó con voz arrogante el abogado.
─La encontré en una casa abandonada, solo eso.
─Ah, ¿sí? ¿Y cómo explica las huellas de su padre en la máquina? ─dijo con voz de ironía el abogado.
─No sé cómo llegaron a ella. ¡Solo quería sobrevivir! ¡Tenía un hermano menor que mantener! ¡Por favor, escúchenme! ─respondí viendo mi esperanza derrumbarse justo antes de que el juez dictara sentencia firme en mi contra y en efecto me llevaran detenido.
Me sacaron mientras el jurado me veía con cara de desprecio, nadie quiso escuchar la verdadera historia. Si ellos supieran por todo lo que he pasado, se callarían y me escucharían, la realidad sería distinta. Me discriminaron por ser un “vivo” y no querer asumir las responsabilidades de mis actos, tontos, no saben lo que hacen, por algo dicen que la justicia es ciega.
Llevo tres años recluido en la cárcel penal de Puente Ayala, me sentenciaron a diez. Suelo escribir poemas o rimas inspiradas en mi historia y la comparto diariamente con los demás reclusos. No todos son malos, algunos se han visto obligados a cometer delitos al igual que yo. En esta Venezuela es casi imposible vivir, muchos solo sobrevivimos.
Tardé dos años en recordar que mi padre tuvo una impresora 3D en nuestra infancia, la misma del juicio. Dejé en manos de Dios mi futuro y diariamente rezo por la salud y el bienestar de mi hermano. Los presos me dicen “tinta maldita”, a veces en broma por la historia de la impresora, a veces en serio por hacerlos llorar con mis escritos de conciencia.
¿Quién iba a pensar que una máquina decidiría en rumbo en mi vida? ¡Qué locura! Quizá estoy pagando en vida lo que mi padre, que en paz descanse, jamás pudo. Son cosas de la vida, solo queda esperar, volver y comenzar de nuevo.
Cada noche antes de volver a nuestras celdas para molestar a los guardias coreamos juntos el primer poema que compartí:
A pesar de todo me siento feliz hoy
me tratan como un animal, pero no saben ni quién soy.
No les importa lo que siento, soy víctima del cinismo,
pero no por eso dejaré de ser yo mismo.
El hijo de aquellas dos personas que eran de influencia
quienes malamente fueron víctimas de la delincuencia.
El entorno de mis padres me quitó mis bienes,
acabó con mi futuro y mi adolescencia.
Vemos el béisbol diariamente aquí en la celda,
ver a mi hermano jugar es lo que la vida me alegra,
me llena de orgullo saber que él ya es un hombre
y lloro cada vez que veo en su camisa mi nombre».
Desde el edificio número dos, primer piso, séptima celda de la cárcel de Puente Ayala se despide “tinta maldita” con lágrimas en los ojos mientras escribo y disfruto un jonrón de mi hermano menor en las grandes ligas, algún día espero poder salir, abrazarlo fuertemente y poder sentarme a desayunar cada domingo con el pequeño gigante.