La forma de la bestia
[Patricio]
La oscuridad de la noche hacía ya horas que había caído sobre la ciudad y la luz de la Luna y las estrellas no podía siquiera adivinarse a través de la espesa capa de nubes negras que dominaba los cielos. De no ser por el alumbrado eléctrico, la metrópolis permanecería en la más absoluta de las tinieblas. Una fina lluvia empezó a derramarse sobre la urbe, como el suave preludio a una sinfonía. No tardó en sumársele la percusión en forma de truenos portentosos, capaces de disuadir al más bravo de abandonar la seguridad de su casa. Y, sin embargo, una mujer deambulaba sola por estrechas y sinuosas calles del casco antiguo en esa noche de tormenta.
La mujer caminaba tratando de cubrirse la cabeza con una chaqueta de cuero, así como de mantener un buen ritmo a pesar de sus afilados tacones. La tarea no era nada sencilla en unas calles adoquinadas y que ya empezaban a mostrar charcos entre las piedras que conformaban la calzada. El humor de la mujer parecía empeorar a cada traspié que daba.
De repente, un relámpago dibujó una terrible sombra ante ella, que parecía tener su origen justo a su lado. Ella se giró rápidamente, sobresaltada y dispuesta a enfrentarse a lo que fuera que se hallase a su espalda. Respiró de nuevo, aliviada, al comprobar que la sombra había sido proyectada por lo que parecía ser una gárgola tallada en piedra, que sobresalía de una fachada. Por primera vez, la mujer prestó atención a su entorno. En la fachada de muchos de los edificios a su alrededor podían distinguirse figuras talladas y altorrelieves que se le antojaron siniestros en la oscuridad de la noche. Las estrechas calles generaban la impresión de que esas criaturas estaban a punto de abalanzarse sobre ella. Cuando se percató de que prácticamente todos los vecinos habían cerrado sus persianas a causa de la tormenta, notó como su garganta se secaba y su corazón se aceleraba.
La mujer empezó a correr, olvidado ya todo interés en cubrirse de la lluvia. Su largo pelo castaño parecía negro a la luz de las pocas farolas que alumbraban la calle y se pegaba, húmedo, a su cuerpo. Sus ojos claros y sus agraciados rasgos exhibían un angustiante gesto de desesperación. El miedo, la lluvia y la oscuridad la moldeaban hasta tal punto que probablemente no se habría reconocido a sí misma en un espejo. Sin embargo, a escasos metros, reparó en ella un ser que conocía bien el miedo y llamaba hogar a la oscuridad de la noche.
La criatura saboreó el miedo de su presa y la acechó con calma. Las calles estaban desiertas y ella impedida, por su banal tributo a su vanidad en forma de tacones.
Ella no tardó en darse cuenta de que algo andaba tras sus pasos. Apenas era capaz de oír nada aparte de su corazón, su respiración y el crescendo del sonido de fondo que brindaba la lluvia, pero su paranoia le hizo reparar en todas y cada una de las sombras de la calle. Y había una que la seguía. Un ahogado gemido de terror surgió de su garganta sin que ella pudiera evitarlo... Y la sombra lo oyó.
De repente, una enorme sombra salió corriendo hacia ella. Su apariencia era vagamente humana, pero su espalda estaba recubierta de lo que parecían protuberancias óseas y sus enorme brazos acababan en unas terribles garras. La mujer no se detuvo a realizar un análisis más minucioso. Aceleró el paso y dio un traspié cuando uno de los zapatos se rompió, pero logró mantener el equilibrio. Se deshizo de sus zapatos en plena carrera y gritó, más para expresar su miedo y su angustia que para pedir auxilio. En cualquier caso, la tormenta se conjuro con la bestia y un trueno ahogó su grito.
La criatura alcanzó a la mujer en unas pocas zancadas y la aferró con sus fuertes garras. Ella se debatió, sangrando por las heridas que le infligía al sujetarla. De repente la mujer se quedó mirando el rostro de la bestia fijamente. Durante un segundo no sintió dolor, no sintió miedo, tan solo sintió el más puro y primigenio horror. Volvió a gritar, esta vez a pleno pulmón y, durante un instante, la ciudad entera pareció callar para que su voz hendiera la noche. Y eso fue lo último que la mujer hizo en su vida.
Al alba y con el cielo ya despejado, la policía ya había establecido un perímetro de seguridad para investigar el escenario del crimen y los agentes de la científica hacían fotografías y recogían muestras. El detective Vázquez escribía en su cuaderno aunque, de momento, no tenía gran cosa que anotar. Eso le cabreaba. Al parecer una mujer indocumentada de treinta y pocos años había sido salvajemente asesinada en plena calle con un arma desconocida por un agresor desconocido. No llevaba ni bolso ni móvil y, por lo visto, lo único que podían aportar los vecinos es que se había escuchado un grito terrible entre las tres y las cuatro de la mañana. No se sabía una mierda, decidió para sí, eso era lo que tenía que apuntar en el cuaderno. En lugar de hacerlo, guardó el cuaderno y el bolígrafo en el bolsillo interior de su chaqueta.
Una vez terminaron los de la científica, el detective se acercó al cadáver antes de que se lo llevaran, para observarlo detenidamente. No parecía haber agresión sexual y las heridas de la chica se limitaban a los brazos y al cuello. Las heridas de los brazos eran feas, pero la del cuello daba la impresión de que un oso le hubiera arrancado la garganta de un mordisco. Quienquiera que lo hubiera hecho estaba drogado o muy mal de la cabeza, sentenció el detective. En ese momento no pudo evitar pensar en las sales de baño, el MDPV, la droga que en ocasiones causa impulsos caníbales y que había llegado a España desde EEUU. Se encogió de hombros. Era dar palos de ciego, pero por alguna parte había que empezar.
Pero en el momento en que el forense retirara el cuerpo, Vázquez reparó en una sombra en el ensangrentado charco que se había formado bajo la mujer, entre los adoquines. Pidió una bolsa y algo para coger el objeto. Cuando lo extrajo le cambió la cara. Parecía un fragmento de garra animal. De un animal muy grande. ¿Habrían degollado a la víctima de un zarpazo? El detective pidió a los técnicos que se analizara el fragmento y se le informara tan pronto fuera posible. Aquello no le gustaba, el oso más cercano estaba a varios kilómetros, en los Pirineos. Además, los osos no acostumbran a pasar desapercibidos en plena metrópolis. Pero si no era un oso, ¿qué narices era?
Mientras esperaba los resultados, el detective habló con narcóticos por si se había dado algún caso de agresión o contrabando en la ciudad relacionado con las sales de baño. Se pasó toda la mañana al teléfono. Para nada. Y para colmo, ahora su mejor teoría era que un oso había aparecido de la nada, había matado a la víctima y luego..., ¿se había llevado su bolso? Parecía poco probable que la mujer hubiera salido sin bolso ni móvil. Se le escapó una risa breve que no tenía nada de humor. Tampoco había que ponerlo tan difícil. Tal vez algún oportunista había saqueado el cadáver. Estaba a punto de hacer unas llamadas para interrogar a los carteristas habituales en la zona cuando recibió la llamada de los técnicos de laboratorio.
Un análisis preliminar mostró que, efectivamente, la víctima había sido degollada con lo que parecían ser garras animales y que las heridas de los brazos se correspondían también con esa premisa. Vázquez puso los ojos en blanco. "Joder". Sin embargo, el motivo principal de la llamada era para informarle que el fragmento encontrado estaba principalmente compuesto por un polímero. "¿Plástico?". El detective dio las gracias a su interlocutor y se sentó a su mesa buscando una respuesta. "Necesito café". No era la respuesta que buscaba, pero era una respuesta, así que acudió a la sala común para sacar un café de la máquina de vending. Saludó a los compañeros y escogió el mejor café que ofrecía la máquina: "Tal vez sea una mierda, pero al menos es mierda cara", pensó mientras el intenso aroma a café le invadía. "Y huele bien".
Vázquez se empezó a tomar el café de pie junto a la máquina y, para evitar mirar a sus compañeros e iniciar una conversación para la que no tenía tiempo, fijó su atención en la televisión. En ese momento aparecía una noticia en la feria de exposiciones relacionada con las nuevas tecnologías. Al parecer se estaba comercializando una nueva maquinaria de impresión 3d especialmente diseñada para crear prótesis óseas sintéticas y, con el tiempo, incluso tejido muscular funcional. El hardware utilizaba un polímero... "Hijo de puta", dijo el detective en voz alta. Se acabó al café de un trago y dejó a sus compañeros con sus preguntas en la boca. Había empezado la cacería y su presa era un oso de plástico.
La noche volvió a cernirse sobre la ciudad, lenta pero inexorablemente las sombras se alargaron hasta fundirse en un todo y los matices rojizos de la tarde dieron paso a la gama de azules y grises. La criatura permaneció en su guarida, a la espera de su momento, la hora más oscura. Su mente se recreaba en la cacería de la noche anterior y su corazón palpitaba, ansioso, anhelando lo que volvería a suceder esa noche.
Pero algo la sacó de su ensueño, de sus fantasías. Oyó un persistente golpeteo a lo lejos, que levantaba molestos ecos en su santuario. Una voz amortiguada por la distancia acompañaba los golpes. Después hubo un silencio, seguido de un gran estruendo y los pasos de varias personas, moviéndose rápidamente. Habían venido a por él: estaban en el piso de arriba. La criatura sonrió con un gesto que a cualquier ser humano le habría resultado perturbador. Para él, la noche mejoraba por momentos.
La bestia se había refugiado en un edificio abandonado, atestado de mobiliario decrépito e incluso algunos escombros, fruto de derrumbes debidos al mal estado del local. La entrada estaba en el piso superior, donde apenas entraba alguna iluminación de la calle. En el sótano tendrían que enfrentarse a él en una total oscuridad. Al pensarlo, soltó una risita de pura complacencia.
Aguardó inmóvil, escondido entre mobiliario apilado y conteniendo a duras penas su excitación. Oyó como los hombres se acercaban poco a poco, registrando cada rincón del edificio. A cada paso, le impelían a salir y rendirse. Pero esperaban encontrarse con el hombre que había sido y no con la criatura que era ahora. Pronto les sacaría de su error.
Por fin los policías llegaron al sótano. Eran claramente visibles, porque se ayudaban de linternas para aportar alguna luz a la insondable oscuridad que les rodeaba. Los ojos del ser no eran más agudos que los de los policías, pero llevaba mucho tiempo moviéndose en la oscuridad y conocía a la perfección el edificio. Así, no le costó demasiado sorprender al primero de los agentes. Eludió el haz delator de la linterna y aguardó a que su presa estuviera muy cerca para moverse. En un rápido movimiento, apareció delante suyo y le desgarró la garganta de un zarpazo. El policía se le quedó mirando y apenas emitió un gorgoteo, pero al caer se le disparó el arma y alertó al resto.
En ese momento la escena se volvió caótica. Un joven agente se puso nervioso y empezó a disparar hacia la fuente de cualquier ruido, hiriendo a un compañero en un hombro. Cuando se dio cuenta y corrió hacia él para socorrerle, la criatura le destripó. Una mujer policía barrió la zona con su linterna, nerviosa, pero apenas alcanzó a ver como la criatura destripaba al chico. El ser, sabiéndose enfocado por la linterna, miró fijamente a los ojos de la mujer mientras segaba la vida del joven. La agente vomitó. Otro de los agentes contempló la escena y disparo sobre la criatura que alumbraba su compañera, pero falló. La criatura se movió rápidamente y volvió a escabullirse en las sombras.
La agente se recompuso rápidamente y procedió a sacar del lugar a su compañero, herido por fuego amigo. El otro agente la cubrió mientras se dirigía a las escaleras que llevaban al piso superior. La criatura estaba en una posición difícil. Los agentes bloqueaban la única salida y no podía atacar sin ofrecer un blanco fácil, pero sabía que el tiempo jugaba en su contra. El ser alzó una mesa de madera sobre sus hombros y la arrojó contra el agente que cubría a su compañera. El hombre, sorprendido, no pudo evitar el impacto y fue derribado por el tremendo golpe. La criatura aprovechó para abalanzarse sobre él.
La bestia se plantó ante el hombre con tres grandes zancadas y con una sola mano retiró la mesa de encima de su víctima. Entonces alzó su zarpa derecha para abrirle el cuello al agente y recibió tres balazos en el pecho. El detective Vázquez, desde la parte superior de la escalera, abatió a la criatura sin que se permitiera dejar aflorar nada a su rostro, salvo tal vez una expresión de férrea determinación. Después bajó rápidamente el resto de escalones y apuntó a la cabeza de la criatura, esperando el más mínimo movimiento. Era innecesario, estaba muerta. Se dirigió a la agente que había arrastrado a su compañero herido hasta el pie de las escaleras "Agente, avise por radio, que manden ambulancias" Mientras la agente avisaba y el resto de policías bajaban al sótano para tratar de hacer algo por sus compañeros, Vázquez no pudo evitar quedarse mirando a la criatura bajo la luz de su linterna.
El ser estaba desnudo, medía casi dos metros y era claramente humano... en su mayor parte. En sus dedos había implantado de algún modo unas gruesas garras de material sintético, con las que había perpetrado sus crímenes. Diferentes púas óseas del mismo material salían de su espalda, antebrazos y, al parecer, también había sustituido sus propios dientes por prótesis. Pero lo peor era su rostro. Era evidente que se había sometido a algún tipo de modificación corporal, que implicaba tatuajes y, probablemente cirugía. El resultado era un grotesco rostro ursino que le miraba sin verle, con sus ojos azules muy abiertos. "Joder", masculló Vázquez.
El pragmático detective pensó en qué iba a poner en el informe. Al parecer el tipo era un excéntrico investigador español de ascendencia germana, que había tenido acceso a uno de los pocos prototipos que había en el país de impresoras de prótesis, pues así era como Vázquez había decidido llamarlas. Hacía unos meses, habían desaparecido tanto el artilugio como el investigador y la policía había tirado de ese hilo hasta llegar a él. Al parecer, el tipo estaba obsesionado con las historias sobre hombres oso nórdicos, los Berserkers. Estaba claro que trataba de convertirse en uno. El hombre, de portentoso físico ya antes de iniciar su transformación, se había dotado de armas naturales y un aterrador aspecto, pero además se había hecho con los hongos que consumían esos guerreros del pasado, aumentando su tolerancia al dolor y su fuerza. Y probablemente, pensó el detective, agravando sus problemas mentales.
Era extraño, reflexionó Vázquez, cómo en éste mundo nuestro usamos la tecnología para sacar a la luz y potenciar aquellas facetas de nuestro ser que permanecen ocultas. Sea lo que sea que un hombre albergue en su interior, a partir de ahora se le podría dar forma, para suerte y desgracia del mundo.