Resurrección
[Parasanga]
Llevaba una semana sentado al lado de su compañera en el hospital, solamente se había separado de ella cuando no le quedaba más remedio, quería permanecer todo el tiempo posible a su lado.
Ella estaba prácticamente todo el día en estado de semi-consciencia, apenas hablaba y se iba consumiendo poco a poco. Mientras la veía respirar a través de los aparatos recordaba todo lo pasado desde que había abandonado su país. Allí sentado recorría los momentos de miedo, esperanzas, nervios.
Había llegado a un nuevo país hace quince años en busca de un futuro mejor. No es que en su país no hubiese futuro –el futuro te alcanza sin querer, estés donde estés–, pero era este un futuro escaso, en el que tendría que renunciar a cualquier progreso de su profesión y conformarse con trabajos mal pagados.
Había estudiado Biología, especializándose en Biología Celular; al principio se hizo con una beca y permaneció en su tierra durante dos años trabajando en las preferencias de sus directores y cobrando una miseria por 10, 12 y hasta 14 horas de dedicación diarias. Sus inquietudes le llevaron a presentar su currículo en universidades y empresas de otros países; fue seleccionado para integrarse en el equipo de una empresa que desarrollaba investigación puntera en ingeniería tisular, campo en el que él estaba empezando a destacar. Al principio tenía un poco de miedo, el cambio en las costumbres, la lejanía de la familia, la soledad en un ambiente extraño, el lenguaje... Pero ganaron las ganas de progresar, su inquietud científica le impulsaba a mejorar y crecer continuamente y allí le ofrecían todo lo necesario, equipos, trabajo y un sueldo más que decente.
Fue en ese laboratorio donde conoció a su mujer; ella también era emigrada, de su mismo país, ambos compartían la pasión por su trabajo y sus investigaciones, comenzaron cruzándose tímidas miradas, después empezaron a quedar para hablar de la tierra que habían abandonado, poco a poco el amor se fue instalando en sus corazones. Compartían miedos y pasiones y al final, casi de forma inevitable, unieron sus vidas. Fueron años felices, años en los que estaban veinticuatro horas juntos; años de felicidad y sueños compartidos, años en los que todo salía bien.
Solamente un pequeño detalle ensombreció sus vidas; cuando decidieron tener hijos la naturaleza se los negó, para ambos fue una desilusión, les costó asumir que no podrían extender su amor más allá de ellos mismos, en compensación se entregaron de forma plena a su trabajo y a su relación de pareja. Ambos crecieron laboralmente hasta niveles insospechados en sus inicios, consiguieron rodear sus vidas de una felicidad que les acompañaba a diario; exceptuando ese pequeño detalle tenían una vida plena. Pero, como dicen los clásicos, uno no puede decir que ha sido feliz hasta que muere y, aunque no lo sabían, poco a poco la tragedia se iba acercando a sus vidas.
Hace nueve meses que el médico de su esposa les transmitió la mala noticia, sus células se habían vuelto contra ella, comenzaron en un pecho, pero cuando se percataron del mal ya era demasiado tarde, el mal había avanzado, sus células tumorales se habían diseminado e infiltrado en todo su cuerpo.
Al principio tenían la confianza de que, aunque hubiesen llegado tarde, los tratamientos modernos de la medicina pondrían coto al desarrollo incontrolado de sus células, pero el mal había avanzado en silencio durante mucho tiempo; el carcinoma, aún a pesar de la batalla presentada mediante la extirpación y la aplicación de radioterapia, quimioterapia y otras terapias biológicas e integrativas, avanzó inexorable conduciendo a la mujer que él amaba a una degeneración que acabó postrándola en la cama del hospital en el que ahora se encontraban.
Hubiese dado lo que fuese, incluso su vida, para que ella sanase. Era incapaz de imaginarse la vida sin ella. El estado de desesperación en que se encontraba, la impotencia ante la enfermedad, la falta de esperanza y la rabia estaban a punto de conducirle a la locura. Él era un científico, un hombre acostumbrado a enfrentarse a problemas y resolverlos, no podía quedarse cruzado de brazos viendo cómo se moría la persona por la que él estaba dispuesto a entregar su vida.
La desolación y la desesperación que le inundaban las disimulaba lo mejor que podía al lado de ella, le hablaba con cariño, le gastaba bromas a las que ellas apenas respondía con un parpadeo, le lanzaba propuestas de futuro y esperanzas que, sabía, nunca se iban a cumplir. Intentaba disfrutar de cada segundo, de cada instante que le quedaba al lado de ella, no dormía y su cabeza no se detenía, estaba pensando continuamente, intentando buscar una solución a la situación en la que se encontraban. Se negaba a tirar la toalla, a rendirse y asumir que había perdido la batalla y la guerra.
La tensión acumulada, la falta de descanso y la desesperación en la que poco a poco se iba sumiendo le dieron una idea, él y su equipo habían conseguido desarrollar técnicas que permitían la fabricación de piel exactamente igual en sus capas, distribución y funcionalidad a la piel natural. Con lo que sí podían fabricar piel partiendo de las células del paciente, también podría fabricar las células necesarias para formar el resto del cuerpo. ¿Por qué no iba a conseguir fabricar huesos, nervios, cartílagos, tendones, músculos y cualquier otra parte del cuerpo al igual que fabricaban la piel? Tendría que desarrollar un poco más la técnica, pero la mayor parte del camino ya lo habían recorrido en el desarrollo de las técnicas y tecnologías para la fabricación de la piel; solamente debía de cambiar la especificidad de las células, programarlas para que generasen los distintos tejidos de un cuerpo humano.
Se agarró a esta idea como a un clavo ardiendo. Encontró un rayo de esperanza pensando en que podría fabricar un cuerpo nuevo para su amor.
Recordaba haber leído un artículo, no hacía mucho, en el que se había resuelto el problema de unión del cerebro con la médula espinal mediante una tecnología nueva y el uso de pegamentos biológicos; también recordaba que unos colegas japoneses estaban desarrollando una impresora en 3D que les permitía fabricar cualquier tipo de tejido humano, solamente tenían un problema con la refrigeración de las impresoras. El calor que estas desprenden afecta al proceso de generación celular que ha de realizarse por debajo de los cinco grados; pero consideraba que esta cuestión no era una gran dificultad.
Decidió abandonar el hospital dejando aviso de que solamente se le molestase si su mujer empeoraba, estaba decidido a fabricarle un cuerpo completamente nuevo y libre de enfermedades.
No entró en consideraciones bioéticas de ningún tipo, estaba, desde hace mucho tiempo, convencido de que el alma, los sentimientos y todo lo que conforma a una persona y su personalidad solamente residen en el cerebro. El amor eran para él una serie de reacciones bioquímicas que inicialmente responden a la atracción sexual, pero que después dependen exclusivamente del cerebro. La conciencia, consideraba, eran el conjunto de valores y experiencias que cada uno conformamos a lo largo de nuestra vida, por lo que también reside en el cerebro, igualmente pasa con la ética personal, la memoria, los recuerdos y todo aquello que da forma a la especificidad de las personas; todo se encuentra en su materia gris, no depende nada más que de ello. Así lo consideraba él, no veía ningún inconveniente ético en los trasplantes de cerebro.
Abandonó el hospital con la firme decisión de fabricar un cuerpo para su mujer, tenía los conocimientos y el dinero necesario para hacerlo. Se fue a su casa y comenzó a trabajar en ello, vació el salón de muebles y comenzó la preparación del laboratorio. Mandó fabricar una urna de metacrilato, sería donde colocaría las impresoras y fabricaría el cuerpo para su mujer. Llevó todo lo que necesitaba para su fin, se puso en contacto con sus colegas japoneses y les solicitó 6 impresoras 3D para tejidos de todo tipo, consiguió solucionar el problema de la refrigeración superponiendo circuitos similares a los de los frigoríficos en las impresoras, haciendo de este modo que el calor que desprendían no afectase a la elaboración de los distintos tejidos. Instaló las impresoras de forma que la generación fuese continua y a un mismo nivel, las programó para que trabajasen al unísono y fuesen fabricando las distintas partes del cuerpo de dentro hacia fuera, solventó todos los problemas técnicos y científicos que se plantearon e inició la construcción de una réplica biométrica de su mujer.
En un período de tres semanas no durmió, prácticamente no comió y se dedicó en exclusiva a su tarea. Al final lo había conseguido, había abandonado a su esposa por tres semanas, pero merecía la pena, conseguiría hacerla permanecer entre los vivos, había fabricado un cuerpo para ella, burlarían la enfermedad, volverían a ser felices y podrían continuar con sus vidas.
Finalizado el trabajo regresó al hospital dejando el cuerpo en estado de semicongelación, preparado para la implantación del cerebro y su posterior reanimación. No esperaría a que la muerte cerebral tuviese lugar. Había conversado con los médicos que llevaban el caso de su mujer y, ocultándoles lo que pensaba hacer, los convenció para que, cuando se viese cercana la muerte, le dejasen extraer el cerebro y llevárselo consigo. Se lo consintieron por deferencia hacia un colega científico que amaba a su esposa por encima de todo, incluso vieron normal que quisiese mantener el recuerdo de la misma conservando su cerebro en formol, ignoraban completamente lo que éste pensaba hacer.
Llegado el momento, le avisaron, se realizó la extracción, lo recogió y debidamente embalado se dirigió a su casa. A los médicos les extrañó su actitud, no lloraba, no se le veía dolido por la pérdida, pero no le dieron más importancia a lo que consideraban era un ocultamiento de su dolor.
Procedió a la implantación, que llevó a cabo con éxito, y una vez finalizada, reanimó el cuerpo, el pulmón y el corazón comenzaron a funcionar siguiendo las órdenes del cerebro. Ahora tendría que armarse de paciencia, pues debería mantener el coma inducido durante dos semanas con el fin de que se fortaleciesen las conexiones nerviosas y de este modo conseguir que se recuperasen bien todas las funciones orgánicas.
Los nervios y la tensión lo consumieron hasta el punto de que parecía un fantasma, se pasaba las horas contemplando el cuerpo de la mujer amada, las dudas le comenzaron a asaltar, ¿le recordaría?, ¿le amaría como le amaba?, ¿se acordaría de ella misma?, ¿recuperaría la conciencia como ser humano?... Él estaba convencido de que todo lo que somos descansa en nuestra materia gris, pero y ¿si está equivocado?, ¿qué pasaría? No podía alejar esas preguntas y la incertidumbre cada vez era mayor. Las dos semanas se le convirtieron en siglos.
Llegó el momento, abrió la urna, comenzó a elevar la temperatura corporal, a desconectar el cuerpo de las máquinas, el tiempo que transcurrió hasta que abrió los ojos se deslizaba lento, muy lento, contaba cada segundo, se imaginaba que cuando despertase le abrazaría, llorarían y continuarían amándose y viviendo.
Abrió los ojos, no reconocía nada, ni siquiera era consciente de qué ser vivo era. Despertó con frío y hambre, el instinto de supervivencia la tenía alerta y la impelía a buscar satisfacción a sus dos necesidades, giró la cabeza y vio a un extraño ser parado frente a ella, no sabía cómo definirlo. De la boca de este ser surgían sonidos que no reconocía y movía los brazos acercándose a ella. Su instinto de conservación le ordenaba que le atacase, se abalanzó sobre él, le ataco el cuello con su boca, desgarró su cuello y al notar la sangre caliente se sintió renacer, calmó su hambre y abandonó el lugar extraño y lleno de aparatos en donde se encontraba.
La policía la encontró en la calle, desnuda y cubierta de sangre, deambulando y atacando a los transeúntes. Intentaron hablar con ella, pero solamente emitía sonidos sin sentido. Acabaron internándola en una institución de salud mental.