Riboido
[Bill Jobs]
Aceptaron ser conejillos de indias. 214 habitantes de Riboido se someterían a un experimento sin precedentes en la historia de la Humanidad: un escaneo de todos y cada uno de ellos para modelar sus figuras en tres dimensiones y crearles personalidad propia partiendo de la información que los replicados pasaran a los científicos. Cuando la Universidad de Trianon expuso su idea de crear un municipio paralelo a Riboido partiendo del escaneo de sus habitantes, fue portada en los noticieros de todo el mundo. Científicos de los más avanzados países se interesaron por tan arriesgada apuesta. El tema copó las redes sociales. Millones de twitter y visitas a páginas web, facebook o youtube certificaban las tremendas expectativas de tan osada iniciativa: un pueblo virtual partiendo de uno real. El equipo de expertos compuesto por neurólogos, psicólogos, sociólogos e ingenieros informáticos estaba inquietantemente ilusionado. Era ciencia ficción.
El 13 de febrero de 2089 los científicos emprendieron el proyecto para conseguir que cada uno de los habitantes de Riboido tuviese su réplica física dotada de una anatomía virtual que en nada difiriese de la real. El duplicado y el original debían ser como dos gotas de agua.
10 meses de experimento: 305 días, 7.320 horas, 439.200 minutos, 25.352.000 segundos y objetivo conseguido: una clonación tecnológica perfecta. 214 figuras se alineaban en el laboratorio cual maniquíes en escaparate, cabizbajos y aflojados, carentes de todo signo de vida propia, espantajos de zombis… Pero físicamente perfectos.
La segunda fase consistía en la dotación de inteligencia artificial, alimentando el chip cerebral con la información aportada por los 214 habitantes originales. Todos en Riboido se conocían. De lo que explicaban unos sobre otros y sobre ellos mismos los científicos iban almacenando información en el procesador y capacitando el cerebro de las figuras tridimensionales. Días de estrecha e intensa convivencia entre alógenos y autóctonos, aquellos conociendo razonamientos, sentimientos, inquietudes… Éstos asombrándose de tan extravagantes sabios y sus raras preguntas. Del procesado y manipulación de datos por parte del equipo de expertos fueron dotando a las réplicas de personalidad propia. Ni por asomo podían imaginar científicos y vecinos en qué acabaría aquel experimento. Todos estaban ávidos por conocer cómo pensarían los duplicados, cómo actuarían, si se identificaría original y copia o serían totalmente distintos. Con el trabajo continuado, a la expectación del resultado apasionante, pero por desconocido inquietante, fueron pasando los meses.
En Riboido 3D, creado a imagen y semejanza del original, sus habitantes, réplicas de los riboideros, salían y entraban de la casa laboratorio, instalada en el centro del municipio, gestionada por los expertos. Desde la tábula rasa en el cerebro de seres tridimensionales fueron surgiendo mutantes autónomos que empezaron a regirse por principios imbuidos durante sesiones informático-psicosomático-neurológicas. Pero eran anacoretas aislados, sin relación entre ellos. No había convivencia. Al no tener necesidades físicas, de alimento o sexo, no tenían interés en compartir absolutamente nada. Misántropos empedernidos. El experimento había fracasado. Era un Riboido sin vida. Aquello se había quedado en una maqueta.
Tras sesiones y sesiones de los científicos se llegó a la conclusión de que, llegados a este punto, había que continuar. Se decidió afrontar una tercera fase.
Los nativos fueron llamados nuevamente para que aportasen más información sobre sus usos y costumbres, sus relaciones sociales, sus opiniones sobre tal o cual vecino y cómo interactuaban con él... Meses de reuniones, análisis y sesudos informes… El empecinamiento dio fruto: los expertos lograron detectar y aislar la más común de las inquietudes de los 214 vecinos: conseguir lo mejor sólo para ellos mismos y sus allegados. Ahí encontraron la clave: era necesaria una inyección de egoísmo personal de la que los replicados carecían. Los científicos hubieron de implantar una aplicación que primase la egolatría en los cerebros artificiales. Nada se les resistía. Siguieron adelante. ¡Eureka! Fue posible implantar el gen del egocentrismo. Mas, un nuevo escollo inesperado volvió a paralizar el proyecto. Los mutantes, locos por conseguir su propio fin, lo hacían a cualquier precio; no reparaban en las consecuencias que sus actos tenían sobre los demás. Antes de que se destruyesen unos a otros y que Riboido 3D se extinguiera como una pavesa en poco tiempo, era preciso tomar medidas inmediatas. Las agresiones frecuentes y en aumento rememoraban en los expertos las peores épocas en la evolución, plagada de millones de muertes con excusas tan insensatas como repetidas: religión, nacionalismo, raza, etnia, imperialismo, colonialismo…
Las múltiples y constantes reuniones de los sesudos llevaron a un nuevo descubrimiento: la necesidad de una aplicación tecnológica neuronal para domeñar el egoísmo, controlarlo para evitar sus más terribles consecuencias. Para ello ahí estaba la historia. Siglos de evolución experimental, acumulada en el hombre actual, debían servir para volcar más información en los potentes microprocesadores que almacenarían millones de datos en los cerebros artificiales. Para solventar el conflicto egoísmo y convivencia concluyeron que había que dotar a algunos de los riboideros 3D con ciertos chips especiales que les permitieran razonamientos convincentes contra el bien propio si éste procura el mal ajeno, a su vez desencadenante de perjuicios generales. El egoísmo, concluyeron, no puede estar por encima del bien y del mal, los deseos personales no pueden ser irrefrenables porque van contra sí mismos, dotemos pues a algunos replicados de razón práctica. El enfrentamiento a muerte no es útil para conseguir un fin propio. El sistema tecnológico diseñado para el grupo de privilegiados mutantes comprendía dotarlos de convicciones íntimas, a las que llamaron Ética, y de obligaciones comunes, a las que llamaron Derecho. Que no chocasen estas dos aplicaciones era tarea a tener en cuenta. Imprescindible, una vez más, la aportación de los riboideros originales. Las relaciones entre los 214 vecinos de Riboido, las leyes por las que se regían, los juicios y sanciones por incumplimientos, la ética dominante, con sus alabanzas y reprimendas morales. Normas escritas y no escritas convertidas en bits informáticos se implantaron en el reducido grupo experimental dotado de razonamiento superior. A este colectivo lo llamaron Community.
El pueblo virtual mutó en un Riboido más real y menos autodestructivo.
214 réplicas, con personalidad fabricada, convivieron 731 días, o lo que es lo mismo: 17.544 horas, 1.052.640 minutos, 63.158.400 segundos. Las acciones de los mutantes llegaron a tal grado de madurez que se hizo posible la magia de la creación de toda una comunidad organizada y con vida propia.
Llegó el día. La convocatoria pública para conocer los resultados del experimento, iniciado años atrás, obligó a restringir las múltiples demandas de acreditación por parte de científicos, periodistas, gobernantes y curiosos de todo pelo. Riboido 3D sería observado y analizado durante varios días, cual cadáver diseccionado en Facultad de Medicina. Entre los privilegiados espectadores, 214 pasmados habitantes de un pueblo que se había visto desbordado física y mentalmente.
Las dúplicas de los riboideros se habían dotado de una estructura social y una gobernanza consolidada que todos aceptaban. El jefe, Managing Director, ejercía su poder con el asentimiento de la mayoría del Management Committee, cuyos miembros decían representar a todos los replicados. Para impedir que se cuestionase su autoridad, el líder se apoyaba en tres pilares fundamentales: los Community Manager, la secta de los Religious Community, y el clan de los Community Plugged.
En la gran sede central, donde moraba el trajeado mandamás y sus más cercanos adeptos, un pequeño grupo de privilegiados elegidos de entre el Management Committee, alrededor de la mesa ovalada, decidía, en reuniones de periodicidad semanal, sobre normas de convivencia; infraestructuras necesarias y quién las ejecutaría; dónde conseguir dinero para el patrimonio común o cómo gestionarlo.
En el devenir de Riboido 3D, los Community Manager transmitían las decisiones del Managing Director y su Management Committee, así como las bondades de los prósperos emprendimientos acometidos, o las místicas, sumamente sentidas y de paso festivas, efemérides de la Religious Community, que era la encargada, a su vez, de establecer las fechas más apropiadas para celebrarlas.
La vida transcurría plácida para quienes, ajenos a las tramas y cábalas de la sede central, se limitaban a aceptar las decisiones de los que regían la vida en común. La mayoría de los inmortales replicados tenía la sensación de que no había lugar más privilegiado que el que les había tocado. Riboido 3D era una balsa de aceite. Felicitaciones a los emprendedores del proyecto, difusiones a mansalva de lo conseguido. Retirada de los impresionados primeros testigos del milagro. El experimento, superados obstáculos que parecían insalvables, seguía adelante.
Pero hete aquí que trascurridos algunos meses de la puesta en común y general presentación de lo logrado, como en toda comunidad que se precie, empezaron a surgir grupúsculos insatisfechos que no aceptaban de buen grado el papel que les había tocado jugar en la comunidad. A los científicos se les escapaba la comprensión de tal anomalía. ¿Cómo era posible que quienes no habían sido dotados de facultades para el mando lo pretendieran? Entre los radicales inconformistas había un cabecilla, Zoon Politikón, perteneciente al Management Committee, –¡Ah bueno!, pensaron los expertos, es de los suyos–. Era el díscolo no dispuesto a asumir todas las decisiones del Managing Director y sus adeptos, porque entendía que la élite arrimaba el ascua a determinadas familias virtuales, mientras otras, a veces la suya, se quedaban a dos microchip, antes velas. Bajo el lema: o clickeamos todos o hackeamos los ordenadores, Zoon Politikón se rodeó de un grupo de mutantes que aireaban entre los miembros de la comunidad las que ellos calificaban de vergonzantes sinvergüencerías del Managing Director y su círculo. A pesar de la insistencia de las soflamas rebeldes, el común de los duplicados no estaba por la labor de apoyar a estos pipiolos inadaptados para que ocupasen la sede central de la compañía gestora. El grupúsculo de los Politikon tenía como enemigos declarados a los Community Plugged; y no contaba con el beneplácito de los Community Manager, que los ninguneaban y les negaban apariciones en las redes sociales. Para colmo de sus males, eran vistos con conservador recelo por la Religious Community. La mayoría de la comunidad oía con indiferencia proclamas y más proclamas de unos y de otros. Los Politikon conseguían enardecer a quienes eran dardo de sus acusaciones, que a su vez reaccionaban despreciándolos y desprestigiándolos, o castigándolos con su indiferencia y el ostracismo, cuando no con la aprobación de restrictivas normas comunitarias ad hoc. La mayoría de los replicados se limitaba a observar los dimes y diretes, más frecuentes y ardorosos entre los Community Plugged y los Politikon. La silenciosa mayoría se limitaba a comentar, susurrando con resignación: ya están liados otra vez.
De esta última fase del fantástico experimento aún no se han publicado las conclusiones de investigadores, estudiosos, expertos, tertulianos o científicos. Pero sí ha quedado patente la reacción de los 214 habitantes del original Riboido. Observadores minuciosos de cuanto acontecía con sus virtuales semejantes, callados, atentos, a veces boquiabiertos sorprendidos, otras irónicos sonrientes. Todos los experimentadores querían saber qué opinaban ellos. Sólo tres días, o lo que es lo mismo: 72 horas, 4.320 minutos, 259.200 segundos de puesta en común precisaron los 214 para llegar a una conclusión unánime: la réplica de Riboido había sido perfecta.