Make it real

Make it real

[Everywhere]

Atrás había quedado aquella efímera fama del anuncio navideño, pues los años pasan por igual para todos y el por aquel entonces pequeño Edu no sería una excepción. Como cualquier historia que se precie ha de tener un comienzo y la que viene a continuación comienza en la época en la que el ya no tan pequeño Edu va a la universidad.

Aquella fría mañana de invierno comenzó como cualquier otra. Edu caminaba solitario hacia sus clases, absorto en su mundo, ensimismado en sus pensamientos. Todo esto le otorgaba un aura de misterio, una apariencia más fría si cabe que el propio invierno y debido a la cual nadie se planteaba siquiera acercarse a conocerle. Las esperas en los pasillos se le hacían eternas, contemplando con cierta envidia al resto de sus compañeros comentar los resultados deportivos del día anterior o el desenlace del último capítulo de las series de moda del momento. Quién podría llegar imaginar que Edu, el joven asocial e incomprendido, podría llegar a ser el protagonista de su propia serie de acontecimientos sorprendentes.

Al entrar a clase todo continuaba con la misma tónica, pues él se sentaba solo al fondo de la clase mientras que sus compañeros ocupaban los asientos de las mesas grupales. Todo parecía mostrar rechazo hacia él. Lo exterior a su burbuja de pensamiento se le tornaba borroso, las clases teóricas de diseño industrial le adormecían hasta tal punto que comenzó a soñar despierto mientras hacía girar un lápiz entre sus dedos.

–¿Por qué no encajo con nadie? –pensaba para sus adentros y se preguntaba con impotencia y sarcasmo–. ¿Podré llegar a tener un amigo o tendré que inventármelo?–. Tras esta reflexión sus ojos se le abrieron de par en par, como platos, una gran idea rondaba su cabeza y todo comenzó a fluir y poco a poco los pensamientos se entrelazaban y todo se hacía coherente a la vez que comenzaba a cobrar sentido. Se diseñaría su propio amigo, estaba decidido.

Sacó un folio al que al fin daría uso en esas clases que tanto lo aburrían y comenzó a bocetar como si no pasara el tiempo, salía de él e iba cogiendo forma, no podía parar de soñar e imaginar y estaba tan ilusionado que la clase acabó sin darse cuenta.

–...Y mañana seguiremos con la teoría de impresión 3D. Hasta mañana –pronunciaba el maestro en su despedida. ¿Cómo no se le había ocurrido? ¡Impresión 3D, claro! Edu sacó corriendo su portátil y arrancó el software de diseño asistido por ordenador; con éste tenía gran destreza y en pocos minutos ya tenía el modelo base de su nuevo compañero de aventuras. Sólo faltaba un paso, imprimir, pero había un pequeño problema ya que los alumnos no estaban autorizados a hacerlo por su cuenta. Por ello, esperó al acabar la jornada y se quedó en el aula oculto, y cuando todos se marcharon comenzó a poner la máquina en marcha para materializar su diseño.

Capa a capa, pasada tras pasada, los minutos corrían mientras su agonía aumentaba. Se le hacía muy raro esperar y estar viendo cómo emergía la pequeña figura de donde antes no había más que un hilo de plástico enrollado. No se lo podía creer, cada vez estaba más cerca de conseguirlo, aquello que le había tenido todo el día ocupado e ilusionado al fin iba a materializarse, y mientras temblaba en la silla mirando impaciente el proceso, las capas comenzaban a ser más chicas y con pasadas más cortas. Ya estaba casi a punto cuando de repente comenzó a sonar una pegadiza musiquita que indicaba que ya estaba listo; la bandeja bajaba lentamente mientras Edu metía la mano para alcanzar su pequeña obra, aún estaba caliente y pudo despegarla de la base sin problemas. Ahí estaba, ya era una realidad bien candente en sus manos, liviana cual espuma, más firme cual roca. Pero algo pasaba, los ojos de Edu se tornaron vacíos de ilusión pues la decepción era palpable: tan solo una figura inanimada, su pequeña creación carecía de vida.

–¿Cómo pude ser tan ingenuo? –se lamentaba Edu hacia sus adentros, cuando de repente uno de los tubos fluorescentes comenzó a fallar dando destellos y chisporroteos. Entonces recordó la historia del monstruo de Frankenstein y aquella escena en blanco y negro donde un rayo hacía cobrar vida a la criatura, haciendo que otra descabellada idea se le pasase por la cabeza. –He de intentarlo –se dijo, y corrió hacia una vieja fuente de alimentación que había en una esquina al fondo del aula. Lo aisló todo y se preparó para su experimento, encendió la fuente y ...¡CHAS! Las chispas comenzaban a salir de las pinzas y a salir por las piernas de la figurita tras haberla recorrido de principio a fin hasta que comenzó a chamuscarse cuando, de repente, de entre toda la humareda apareció brillante y con una expresión exultante de felicidad. Ahí estaba ante sus ojos, no se lo podía creer, estaba vivo.

Le brillaba la cara e irradiaba felicidad, ahora tenía mucho más detalle y expresividad, hasta que se percató de la presencia de Edu y acto seguido se puso a la defensiva muy asustado. Agarró lo primero que tenía a mano, un pequeño lápiz de propaganda sueco, y amenazaba blandiéndolo cual lancero romano.

–¡Atrás, gran monstruo! –gritaba el pequeño ser, mientras que Edu se lo tomaba a broma cogiendo otro lápiz y peleando con el pequeño ser, que saltaba de mesa en mesa hasta la ventana y cuando estuvo arrinconado le miró con mirada asesina y gritó:

–¡Atrás, pequeño amigo!

–¿Amigo?, ¿no vas a hacerme daño? –preguntó aquel ser.

–¡No! –respondió Edu sonriendo–. No sé cómo decírtelo, pero creo que te acabo de crear. Solamente quiero tener un amigo con el que poder contar y pasarlo bien. Por cierto, me llamo Edu.

–Yo CAD-e , encantado, pero puedes llamarme Cadi–. Ambos sonrieron.

Para calmar tensiones Edu enseñó a Cadi cómo jugar a las cartas, pues era lo que tenía en los

bolsillos y aún no podía sacar a su nuevo amiguito por los pasillos; todo el mundo iba a mirarlo raro o a agobiar al pequeño Cadi con preguntas. Pronto acabaron conectando y entre los dos parecía haber gran compenetración. Una fuerte amistad comenzaba a forjarse en aquellos instantes y ambos parecían haberse dado cuenta.

Transcurrían los días y poco a poco Edu iba dejando ver más a Cadi, hasta que ya todo el mundo se había acostumbrado y podían caminar tranquilamente por la facultad. Un día decidieron tomarse algo a media mañana en la cafetería cuando de repente Cadi la vio. Se trataba de Ana, la chica por la que Edu suspiraba en secreto y tantas veces le había hablado de ella, y allí se encontraba, sola en una mesa mirando el móvil. Era la ocasión perfecta y

nuestro pequeño protagonista, que siempre viajaba sobre los hombros de Edu, comenzó a tirarle del lóbulo de la oreja para captar su atención.

–¡Ahí, ahí, Edu, mira, es Ana, salúdala! –le gritaba Cadi al oído, mas Edu jamás había sido capaz de acercarse a ninguna chica y mucho menos si ésta le atraía. Él era de los que comienzan a titubear y con la cara roja cual tomate se vuelven incapaces de articular palabra, pero su pequeño amigo sabía que no podía desaprovechar aquella ocasión. Así pues, en un imposible pero cómico intento, saltó al suelo y comenzó a tirar de los cordones de Edu tratando de arrastrarlo hacia la chica. Pobre inocente, se pensaría que iba a poder con su pequeño cuerpo mover tales dimensiones, pero dicen que la voluntad es la mayor de las fuerzas, y Cadi consiguió animar a Edu para dar ese paso que tanto le costaba. Y finalmente se presentó, mientras Cadi en la mesa de al lado brincaba de la emoción al ver la felicidad en los ojos de Edu.

Día tras día Edu comenzaba a pasar más y más tiempo junto a Ana, aprovechaban hasta el más corto de los descansos para pasar tiempo juntos, la cosa les iba genial, pero Cadi comenzaba a ver cómo su único compañero de aventuras ya no tenía tanto tiempo para él. Por una parte se alegraba por Edu, pero en el fondo se sentía triste, quizás hasta un poco envidioso. Cada vez se le notaba más en su expresión y esto no pasó desapercibido para Edu, quien tuvo una gran idea para volver a recuperar la sonrisa de su amigo. Si funcionó con él,

¿por qué no iba a conseguir crear a una compañera impresa en 3D para Cadi?

Así pues se puso manos a la obra tal cual lo hizo por aquel entonces. Siguió de principio a fin todos los pasos y la ocultó dentro de una cajita de regalo. Qué emoción, estaba deseando darle la sorpresa y ver su cara. ¿Surgiría el flechazo?

–¡Cadi, Cadi, ven, mira lo que te tengo preparado! –lo llamaba Edu lanzándole una mirada cómplice a Ana. Los pequeños ojitos de Cadi se abrieron de par en par y estiraba los bracitos intentando alcanzar la cajita que Edu le tendía en su mano, cuando de repente se abrió y salió de ella su alma gemela, la más bella que sus diminutos ojos hubiesen podido ver jamás y éstos se salían de sus órbitas como si le saliesen corazones de la mirada. Cadi se quedó patidifuso, completamente prendido a primera vista de aquella criatura. Mientras, por detrás, Edu y Ana se abrazaban de la alegría pues ahora todos eran felices y sabían que les habían dado los mejores regalos que se le puedan dar a alguien, la vida y el amor con quien vivirla.

Y nuestra historia toca a su fin, mientras todos ellos salían a la terraza de la cafetería dispuestos a contemplar en el horizonte cómo acababa el primer día del resto de sus vidas.

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