Proyecto génesis
[Adriana Duque Lozano]
El problema se planteó más o menos en broma, cuando uno de los encargados del proyecto señaló que, siguiendo ese orden de ideas, ellos mismos estaban a merced de ser nada más que una impresión.
El Proyecto Génesis comenzó como un sencillo proceso de autodescubrimiento, una de esas necesidades del ser humano por mejorar y delimitar los estados y los sitios dentro del planeta Tierra. Se les ocurrió que mediante un viaje exhaustivo por cada rincón del mundo, a mano con el scanner 3D, serían capaces de crear una réplica en miniatura exacta de la Tierra.
Se organizaron en cinco comités de a veinte personas cada uno. Cuatro de ellos se dedicaron a viajar y recolectar la información morfológica del planeta, mientras el último se quedó en el laboratorio, imprimiendo los moldes y armando la réplica.
En un intento por tener un mayor alcance cognitivo de la actividad mineral y química del planeta, se propuso hacer un estudio de los componentes de cada lugar y se suministró un material de idénticos porcentajes en componentes para la impresión. Los problemas empezaron cuando el pequeño proyecto de planeta fue incapaz de sostenerse en el ambiente del laboratorio: los mares se regaron al menos cinco veces y los científicos sufrieron graves quemaduras con las repentinas erupciones volcánicas.
Sin ninguna otra alternativa viable, los encargados del proyecto presentaron una propuesta y una solicitud de presupuesto al director del laboratorio, el Doctor Jefferson. En ella alegaban la indispensable necesidad de construir un pequeño espacio controlado que en su interior albergara las mismas condiciones espaciales que rodeaban a la Tierra. El director, pese a no estar demasiado interesado en el proyecto, firmó el permiso y un cheque en blanco. De esa manera lograron solucionar el problema de la gravedad y la réplica al fin estuvo terminada.
De alguna manera, tras crear el ambiente artificial para el sustento de la pequeña Tierra, los científicos perdieron todo el control frente a las modificaciones de la misma. Cualquier operación manual sobre el modelo implicaba remover el globo que simulaba las condiciones de atmosfera y vacío, por ende, arruinar el equilibrio de los componentes. Dado ese caso, cualquier experimento sobre la misma debía basarse en cambios atmosféricos o inserción de elementos ajenos.
Por mucho tiempo el proyecto no tuvo más utilidad que la de una preciosa curiosidad atrapada en un museo científico de la ciudad. Día tras días los visitantes se maravillaban con la pequeña masa de tierra flotando en el vacío de un globo de cristal. Quienes visitaban el museo con regularidad insistían en que era menester instalar potentes microscopios, pues, de lo contrario, el experimento carecía de credibilidad, podía ser cualquier masa magnéticamente controlada para suspenderse en el aire.
Tras varias quejas, artículos y ataques a la integridad de la comunidad científica involucrada con la creación de la Mini-Tierra, como se le había bautizado, los integrantes del proyecto cedieron e instalaron los mentados microscopios sobre la superficie del cristal. El primero en echar un vistazo fue Manuel, unos de los científicos a cargo de la impresión, quien lloró por quince minutos tras afirmar que la Tierra, su pequeña Tierra estaba viva.
En efecto, cuando otro colega puso su vista en el cristal, logró entender el porqué de la emoción de su compañero, la imagen de un magnifico río corriendo tras el cristal era claramente visible y no había ningún lugar para la duda.
Tras la comprobación de una inmensa vegetación sana y en crecimiento, la probabilidad de fauna y la bastedad de los mares corriendo en olas tras el cristal; los creadores se tornaron celosos y sobreprotectores. No hubo manera de retirar el pequeño planeta del museo, pero se limitó su estadía a dos días en la semana en horas de la tarde y el domingo todo el día. Por otro lado, se prohibió ejecutar en ella cualquier experimento que involucrase sustancias perjudiciales y los científicos-madre tenían el derecho de custodiar cualquier proceso o análisis sobre ella.
Durante un año el planeta pasó algunas tardes en el museo y, el resto del tiempo, en el laboratorio donde era custodiada y analizada cada día para comprobar que el ambiente que le rodeaba era propicio para el sustento de la vida. Pasados esos primero trecientos sesenta y cinco días de su creación la fascinación se perdió y, tanto residentes como turistas olvidaron a la Mini-Tierra. Sus creadores, por el contrario, jamás la dejaron atrás, sentían un inmenso amor y apego por ella.
Un viernes en la mañana, un posible futuro accionista del laboratorio que visitaba las instalaciones pidió que le permitieran a su hija observar el mar. Sin más los encargados dejaron que la niña echara un vistazo y, tras despegar los ojos del cristal, la pequeña expresó con gran fascinación que había visto cómo una ballena saltaba en la inmensidad del mar.
No más decir eso, los científicos no perdieron tiempo y empezaron a examinar minuciosamente cada rincón, instalaron mejores microscopios y tomaron registro fotográfico de cada anomalía de la Mini-Tierra. Se toparon con la agradable sorpresa de encontrar monos en las selvas, delfines en los mares y cisnes en los lagos. Nunca volvieron a ver al mini planeta de la misma manera después de ello.
La noticia fue una bomba, le dio la vuelta al mundo, se publicaron artículos en todos los idiomas, las fotografías eran virales en las redes sociales. No había persona en el mundo que no hablara de la creación de un planeta con vida y enteramente funcional que residía con humildad en las instalaciones de un laboratorio.
Los premios y reconocimientos no se hicieron esperar. El laboratorio ganó un gran prestigio y cada uno de los nombres, de cada participante del proyecto, era nada menos que una eminencia en todos los campos de saber. Pese a esto los encargados se negaron a trasladar a la Mini-Tierra a un mejor establecimiento, no confiaban en nadie y sostenían que lo mejor para el bienestar de ésta era permanecer en el lugar que la vio nacer.
Varios meses después, cuando las fotografías de los especímenes de la Mini-Tierra habían generado curiosidad y deseo en los consumidores, los creadores enfrentaron una propuesta para llevar a cabo la extracción de animales y plantas de la pequeña tierra para ser vendidas por sumas millonarias a excéntricos y fanáticos coleccionistas. Por supuesto, aquella idea no era viable, cualquier tipo de manipulación física sobre el planeta implicaba el total desequilibrio del ambiente que le rodeaba. Por lo tanto, se negaron a realizar dichos procedimientos.
En vista de esta negativa se les hizo una contrapropuesta. Los inversionistas pagarían el costo total de un cuarto aislado con la misma condición de vacío del globo, donde los científicos, armados de trajes espaciales, tuvieran la libertad de manipular algunas partes del planeta sin alterar su condición atmosférica. Entrados a este punto, los científicos volvieron a dar su negativa, puesto que no deseaban dañar la integridad del pequeño planeta, amaban cada planta, cada montaña y cada animal y bajo ninguna circunstancia querían que una de sus criaturas abandonara su hogar para convertirse en la mascota de un viejo loco.
Sin embargo, el Doctor Jefferson, quien no tenía ningún cariño o interés especial en el proyecto, pero sí toda la autoridad sobre él, consideró que la pequeña tierra no era más que una maqueta, una maqueta por la cual le darían el peso del laboratorio en oro. Sin pensarlo dos veces, tras la negativa de sus colegas, el doctor Jefferson firmó bajo cuerda los papeles, entregó el globo y amenazó con destituir a cualquiera que le hiciera frente.
Todos los creadores abandonaron el trabajo tras la pérdida de la Mini-Tierra. Intentaron buscar los documentos de transferencia, pero fue inútil. No tenían idea de adónde la habían llevado y, en menos de dos meses, los científicos de otro laboratorio habían encontrado los métodos para extraer, plantas, animales y hasta hectáreas de tierra del planeta y dejarlo con vida para que siguiera sustentado a sus habitantes.
El primero en enterarse de esto fue Manuel, quien una tarde, sentado frente al televisor, aún abatido por la pérdida, vio la noticia de la primera venta de una ballena jorobada extraída de la famosa Mini-Tierra. El reportaje incluía imágenes de la ballena vista tras un microscopio, nadando en una pequeña pecera.
De allí le siguieron toda clase de animales acuáticos, delfines, calamares gigantes, tiburones. Una vez compraron un loro, pero su dueño aseguró habérselo tragado sin querer, como una mosca que se cuela entre los labios. La siguiente moda fueron las plantas, baobabs y palmeras plantadas en diminutas macetas, cuya esperanza de sus compradores era que algún día crecieran tanto que fueran visibles sin necesidad de microscopios.
A finales de ese año, un viejo millonario quiso comprar el Everest. La noticia causó tal impacto que generó grandes expectativas, incluso antes de su extracción. La transferencia se completó el veintiuno de diciembre de ese mismo año, mismo día en el que un potente temblor sacudió la tierra y una gran montaña desapareció de la geografía.
Alarmados por este incidente, los científicos a cargo de la Mini-Tierra se pusieron en contacto con sus creadores, volvieron a poner al planeta en el globo y lo llevaron a un parque, el lugar de encuentro. Tras observar minuciosamente el estado de la Mini-Tierra, los creadores no pudieron evitar notar que había un fuerte deterioro del medio ambiente. Enfocaron el microscopio, solo por curiosidad en el lugar que ocuparía su ciudad de ser la verdadera tierra.
Filas y filas de casas se apeñuscaban junto a las avenidas, carros de todos los colores corrían por las carreteras. Las personas caminaban en jaurías por las calles, unos hombres en un parque miraban una masa de tierra tras un globo de cristal.