¡Toma receta!

¡Toma receta!

[Rory G. Rojas]

            No es que las ideas de Caecis fuesen aburridas, sino que las gemelas eran unas perezosas de la muerte. Caecis había ido ese día a visitar a sus pequeñas primas gemelas con la intención de proponerles algo divertido que hacer durante sus vacaciones de verano. Pero parecía que no les interesaba nada de lo que propusiese.

            El silencio ayudó a todos en aquella habitación a acabar con la mirada perdida. Caecis tenía que dar con algo que les interesara, fuese como fuese, antes de que él y la silla se fundieran en uno.

            —A ver... ¿Cortometraje?

            —Aburrido —respondió una de las gemelas, en forma de cantinela.

            —¿Qué tal aprender a patinar? Eso mola.

            —Aburrido. Si no se puede comer es aburrido.

            —Bueno. ¿Entonces impresión 3D? Eso se puede comer.

            —Abu... ¿Qué?

            Por fin tenía su atención. Kalisto e Hipólita eran unas glotonas de cuidado. Si Caecis tenía que usar la comida para cazarlas, lo haría.

            —¿Qué tiene que ver la impresión 3D con la comida? —preguntó Hipólita.

            —Es exactamente como he dicho. Se puede imprimir comida —contestó Caecis con una determinación brillante en el rostro.

            —¡No puede ser! Si lo hubiéramos sabido habríamos desempolvado la impresora 3D del garaje hace muchos años —dijo Kalisto.

            —Entonces hagamos eso, ¿de acuerdo? ¡Vamos al garaje a imprimir comida!

            —¡Sí! —gritó Kalisto—. ¡Vamos a imprimir curry! ¡Pimientos! ¡Y chili! ¡Y sambal! ¡Y...!

            —Imprimiremos todo eso, cálmate. Voy a llamar a mi hermano. Él sabe un montón sobre impresión en 3D.

            Un rato más tarde, Kalisto, Hipólita, Caecis, y su hermano mayor, Erwin, estaban reunidos en el garaje de la casa de las gemelas, también repleto de otros trastos y muebles.

            —Vaya, esta impresora es algo antigua, pero es muy buena y está como nueva —dijo Erwin, tras inspeccionarla bien.

            —¡Pues vamos a encenderla ya! ¡Quiero ver cómo imprime! —dijo Kalisto.

            —No es tan sencillo. Verás, para imprimir comida, necesitamos equipar la impresora con un kit de cocina, y no tenemos ninguno —explicó Erwin amablemente—. También necesitamos descargar los planos 3D de la comida en un ordenador, para que la impresora pueda trabajar con él. Además, es muy probable que no haya muchas comidas para elegir y tengamos que diseñar nuestros propios platos a partir de los planos 3D de diferentes ingredientes.

            —Pues vaya rollo —dijo Kalisto, con el rostro completamente caído.

            —Yo creo que paso. ¡Adiós! —dijo Hipólita, que se dio media vuelta para irse.

            —¡Eh, esperad! —Erwin intentó detenerlas—. No abandonéis antes de empezar siquiera. Al menos vamos a probar qué tal nos sale, y si no os gusta lo dejamos.

            —Pero esto es demasiado complicado, sería más rápido cocinar ¿no? —dijo Hipólita, con una dosis de razón que la acompañaba.

            —Imprimir es muy diferente de cocinar —dijo Erwin—. No importa que al final el resultado se parezca, el proceso es totalmente diferente. Y no es tan complicado como parece, ya verás.

            Erwin se dirigió hacia un viejo ordenador en la esquina y lo encendió. Luego, con un cable, lo conectó a la impresora.

            —Voy a descargar un archivo pequeño para haceros una demostración. Normalmente, los diseños 3D que la gente comparte a través de la red tienen muy buena calidad, y están hechos para que sean fáciles de editar con cualquier programa. Voy a imprimir un gnomo de plástico que he descargado.

            Con un par de clics, la impresora empezó a trabajar. La impresora colocaba la resina en la plataforma, capa por capa, con rapidez y precisión. En un par de minutos, la pequeña figura estaba lista.

            Una vez seca, Caecis cogió el muñeco, aún caliente, y se lo mostró a las chicas.

            —¿Qué os parece? ¿A que mola?

            Las gemelas se miraron.

            —Guau, impresionante. Un muñeco de plástico... —dijeron en tono irónico mientras aplaudían lentamente.

            —¡Aaah, malditas! ¡Si no se puede comer nunca le veis el lado bueno a nada! —dijo Caecis llevándose las manos a la cabeza.

            —No importa —dijo Erwin—. Salgo a comprar un kit de cocina. Mientras tanto elegid alguna receta que queráis imprimir.

            Caecis y sus primas se volvieron a quedar solos, en silencio.

            —Bueno, ¿qué deberíamos imprimir?

            —¡Guindillas fantasma! —exclamó Kalisto—. Eh, no me mires así, siempre he querido probarlas.

            —No, cosas picantes no. ¿Por qué no sopa de calabaza? —dijo Hipólita.

            —Porque es demasiado suave. ¿En serio quieres imprimir eso?

            —Mucho mejor que las guindillas...

            —A ver —interrumpió Caecis—. No existe nada picante y suave al mismo tiempo. Busquemos algo que nos guste a todos, como una hamburguesa, por ejemplo. Algo que podamos comer entre todos. Una pizza. De pepperoni. ¿Os parece bien?

            —Sí. Hipólita aprueba esa propuesta.

            —La preferiría de salsa barbacoa —refunfuñó Kalisto, con los brazos cruzados—, pero me parece bien.

            —Bien, vamos a descargarla.

            Navegaron por la red en busca de una pizza de pepperoni. Había muchos archivos 3D para descargar, pero la mayoría no tenían nada que ver con la comida. Encontraron una pizza margarita y una cuatro quesos, pero ni rastro de alguna de pepperoni.

            —¿Y ahora qué? —preguntó Hipólita—. ¿Nos morimos de hambre?

            —No, tonta. Vamos a descargar la cuatro quesos y le añadiremos pepperoni —dijo Kalisto—. Y llamaremos a Neasa para que nos ayude a editar los planos 3D.

            —Lo decía en broma. Me sorprende que hayas pensado todo eso tú sola.

            Y eso hicieron. Llamaron a Neasa, una gran amiga de las gemelas, también conocida por los hermanos. Era buena en informática y también terriblemente tímida. Tan tímida, que de la vergüenza no soportaba escuchar ninguna clase de malsonante.

            Descargaron el pepperoni y la pizza de cuatro quesos por separado. Pero ante la tentación de tener la pizza preparada lo antes posible, Hipólita intentó editar el archivo, eliminando el queso sobrante y añadiendo pepperoni. Luego, Kalisto se aseguró de que el pepperoni tuviese buen aspecto, que encajase con el resto de la pizza y que estuviese bien distribuido. Luego descargó un archivo con pimienta roja y le añadió dos kilos también...

            —¡Eh! ¡Ni se te ocurra poner pimienta! ¿Estás loca? —dijo Caecis.

            —Ok, ok...

            Kalisto le quitó la pimienta, y así nuestros protagonistas se salvaron de una futura indigestión. Uf, menos mal. Entonces llegó Neasa.

            —Has llegado tarde —dijo Hipólita.

            —L-lo siento. Así que al final no p-podré ayudar...

            —No pasa nada. Podrás probar nuestra pizza cuando esté lista.

            Llegó Erwin con el pedido especial. El kit era casi tan alto como la impresora. Erwin lo acopló a ella.

            —Solo tenemos que rellenar el compartimento del agua, limpiarla un poco, y la impresora estará lista para usarse. ¿Estáis preparados?

            —Sí —respondió Caecis—. Y hemos editado una pizza que te va a sorprender.

            —¿Ah sí?

            Todos estaban muy impacientes por ver cuál sería el resultado. Neasa lo puso en marcha y la impresora empezó a trabajar. Desde dentro hacia afuera, capa a capa, se elaboraba la masa.

            —Y... ¿esto cuánto tarda? —dijo Hipólita.

            —Con una impresora como esta, 30 minutos —respondió Erwin.

            —¿¡Tanto!? —se sorprendió Kalisto.

            —No es tanto. Las primeras impresoras domésticas tardaban horas en hacer una figura de plástico como la de antes.

            —Me pregunto, ¿quién será el primero en probar la pizza? —dijo Caecis.

            —¡Yo, por supuesto! —dijo Hipólita.

            —¡Aaaah, se me ha adelantado! —dijo Kalisto.

            —No me refería a eso. Sino a que necesitamos a alguien con un gusto delicado, que pueda asegurarnos que realmente está buena.

            —¡Varis! —dijeron Kalisto, Hipólita y Caecis a la vez.

            Inmediatamente pensaron en la misma persona. Varis era un chico que asistió al mismo instituto que ellos tres y se les arrimaba en los recreos. Era un tipo aburrido, desencantado, que se quedaba dormido durante las clases. Y durante cualquier recreo, realmente. Pero sobre todo, tenía un paladar horrible. Nunca tenía ganas de comer, eso explicaba un poco su malogrado estado anímico. Durante los recreos solo comía colines, que según él, era el único alimento que su fino estómago podía tolerar a media mañana.

            —Hace mucho que no sé nada de Varis —dijo Caecis.

            —Yo tengo su número. Le llamaré —dijo Hipólita.

            —Seguro que debe estar aburrido en su casa, esperando a que le llamemos —afirmó Kalisto.

            Le llamaron y le hicieron venir. Así, para cuando Varis llegó, la pizza estaba casi terminada. Aparentemente no había cambiado. Seguía conservando sus andares torpes con las manos en los bolsillos.

            —¿Cómo has estado, Varis? —preguntó Caecis.

            —Bien. Un poco aburrido en mi casa, esperando a que me llamarais.

            —¡Ya lo sabíamos! —dijo Kalisto.

            —¿Para qué me habéis llamado?

            —Vas a probar esto.

            Caecis le guió hasta la impresora. Bastaron solo dos segundos para que pusiera cara de asco.

            —¡Yo no pruebo eso ni de co...!

            —¡Coñac! —gritó Neasa—. Es una be-bebida alcohólica, p-pero está bien beber un trago después de cenar, ¿verdad?

            —¿Quién es esta?

            —Es Neasa —le dijo Caecis—. No digas malsonantes cuando ella esté delante o reaccionará así.

            La impresora acabó de hacer ruido. La pizza estaba lista.

            —¡Cómo huele! —dijo Hipólita.

            —Lo siento camaradas, pero debo irme. —Varis alzó la mano sutil y elegantemente mientras se marchaba, pero Caecis le detuvo por la espalda con una llave de judo.

            —Ni hablar, tienes que probarla, y decirnos si te gusta.

            —¡No me gusta, es asquerosa!

            —¡No la has probado, imbé...!

            —¡Invierno! ¡Me enca-canta el invierno! —cortó Neasa.

            Más calmados, se sentaron alrededor de la mesilla. Le tocaría a Varis cortar la pizza. Con mucha presión y estrés encima, empezó a hacerlo.

            —Es la primera vez que veo una pizza tan simétrica... —dijo Erwin.

            —Es la primera vez que veo unas manos tan temblorosas —bromeó Hipólita.

            —Es perfecta. Tanto en vertical como en horizontal... —prosiguió Erwin.

            —¡Pues claro! La he hecho así para asegurarme de que nadie coma más pepperonis que yo—aclaró Kalisto.

            —De todas maneras la vamos a partir en seis pedazos —dijo Caecis.

            —¡Seis pedazos iguales! —dijo Kalisto, haciendo mucho hincapié en “iguales”.

            —Y aunque no sean iguales, yo cogeré el más grande —dijo Hipólita.

            Estaban estresando a Varis aún más.

            —Van a ser iguales, callaos ya, pedorras...

            —¡Porras con chocolate! —saltó Neasa—. ¡S-sí, esas están ricas!

            Una vez dividida la pizza, las hermanas abalanzaron sus manazas sobre ella como si nunca hubieran visto una. Por suerte, Caecis y Erwin estaban ahí para protegerla.

            —¡Manos quietas! Es Varis quien debe hacer los honores —dijo Caecis.

            —Varis, te odio —dijo Kalisto.

            —A mí en realidad no me importa que comáis primero...

            —¡Así se habla! ¡Te quiero, compañero! —se corrigió Kalisto.

            —No le hagas caso, Kalisto, solo lo dice porque no la quiere probar —dijo Caecis, sujetando a Varis fuertemente del brazo.

            —Chicos —habló Erwin—, este es un momento histórico. Vamos a comer la primera pizza de pepperoni imprimida en 3D. Así que coged vuestro trozo de pizza y brindemos.

            Todos le hicieron caso. Cada uno cogió un trozo de pizza y los chocaron al fuerte grito de “¡Salud!”. Después la probaron.

            —¿Pero qué...? —dijo Varis—. No... ¡No siento náuseas!

            —Hipólita aprueba esta pizza.

            —Con pimienta hubiera estado mejor. —Kalisto miró a Caecis de reojo—. Pero bueno, es mi opinión, ¿eh? No digo más nada...

            —Y-y-yo... A mí m-me gusta... —murmuró Neasa.

            —Está muy buena. Tiene una textura diferente y extraña, pero el sabor es muy bueno —describió Caecis—. Aunque me cuesta entender que un simple archivo de ordenador pueda guardar un sabor tan auténtico.

            —Es normal —dijo Erwin—. La textura depende de la calidad del archivo, de si ha sido escaneado previamente y del esfuerzo en hacerla parecer real. El sabor no es ningún misterio, para eso sirve el kit de cocina, para replicar cualquier sustancia propia de la comida que le indique el archivo. Y al ser sintetizada mediante un proceso directo y en su mejor estado, su sabor es algo más puro. Os ha quedado muy bien para ser la primera vez que hacéis esto.

            —¡Yo quiero más pizza! ¡Vamos a hacer otra! —decían las gemelas.

            —Como queráis... Yo en realidad no tengo hambre —dijo Erwin.

            Antes de llegar la noche se habían comido 4 pizzas más, dejando a la mitad el kit de cocina. Las gemelas estaban por fin saciadas.

            —Madre mía. Con todo lo que coméis ¿por qué no estáis gordas? —preguntó Caecis.

            Varis se giró para contestarle.

            —Porque se les va todo para las te...

            —¡Té! —interrumpió Neasa—. E-eso es lo que nos hace falta p-para acompañar la pizza.

            —La pizza nos ha quedado muy bien —dijo Hipólita—. ¿Por qué no la subimos a la red? Quizá a la gente le guste.

            —No es una mala idea —dijo Caecis—. Antes, cuando intentábamos buscar una pizza de pepperoni que imprimir, no encontramos ninguna. Es más, había muy pocos archivos del tipo gastronómico. —Caecis se pausó un momento para pensar—. Ya sé lo que haremos. Escuchad, yo solo planeaba poder divertirnos un poco durante este verano, haciendo algo juntos. Así que si la gente descarga nuestra pizza, seguiremos esforzándonos con esto, creando otras comidas.

            —Entonces lo subiré a la red —dijo Neasa—. Pe-Pero necesitaremos un nombre de usuario.

            —Elije el que quieras —dijo Caecis.

            —Pero creo que de-debería representarnos a todos.

            Varis, que se había quedado dormido, gritó en sueños.

            —¡Toma receta! —Varis se revolvió en su sillón por milésima vez y siguió durmiendo.

            —Hipólita aprueba ese nombre.

            —Si Hipólita lo aprueba no hay nada más que hablar —dijo Erwin.

            Después de eso, todos se despidieron de las gemelas, o casi todos, porque a Varis lo sacaron del garaje a cuestas. Cuando dormía profundamente no había manera de despertarlo.

            Al día siguiente se volvieron a reunir en el garaje.

            —¿Y bien? ¿Cuántas? —preguntó Caecis.

            —2.300 —respondió Neasa.

            —¿Y eso es mucho o poco?

            —¿T-tú qué crees? ¡2.300 descargas en menos de un día!

            Kalisto se subió a la mesilla de un salto y extendió sus brazos.

            —¡Señores! ¡Hemos triunfado!

            —Bien. ¿Entonces estáis dispuestas a seguir con este proyecto el resto de las vacaciones? —dijo Caecis—. ¿Kalisto? ¿Hipólita?

            —¡Pues claro! —respondieron—. ¿Qué vamos a crear hoy?

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