El Vigilante

El Vigilante

[Cristina Rabaneda Garrido]

Mi primer día trabajando con el señor Robinson no fue un encuentro muy dichoso. Cuando abrió la puerta casi me sacó un brazo al tirar hacia el interior de su gran mansión. Lo miré asustada ante su tosco tacto mientras me masajeaba el hombro.

-Supongo que usted será la señorita Valeria…

-La misma, señor. Vengo de parte…

-Ya sé de dónde viene y quién la manda. Otra pérdida de tiempo, sin duda alguna- masculló mientras se adentraba en aquel vestíbulo en penumbra. Mi profesor me había hablado de la excentricidad de este hombre y me había aconsejado hasta la saciedad que fuera suspicaz y de mente abierta. Esta última tendría que tenerla muy pero que muy abierta al ver la personalidad de este extraño individuo.

Lo seguí hasta su despacho que tampoco parecía estar más iluminado que el resto de la casa.

-No sé para qué ha traído equipaje, señorita, no creo que dure aquí ni un día.

-El profesor ha sido muy insistente en que me quedase un tiempo, para aprender de su sabiduría.

-Con que mi sabiduría ¿eh? ¿No me consideran en el centro un chiflado de la ingeniería, acaso?

-No he oído ningún comentario respecto a ese tema. Además, estaba muy interesada en conocerle.

Sus ojos enmarcados en unas gafas de montura metálica me miraban inquisitivos, evaluando mi aspecto destartalado. Admití para mí misma que no eran mis mejores galas, pero tampoco tenía nada mejor que ponerme. Durante el tiempo que duró el escrutinio, ocupó su asiento tras su mesa y comenzó a tamborilear en ella.

-Valeria Cassini, 20 años, terminando sus estudios en la Universidad de Thorita sobre Ingeniería mecatrónica… Dudo mucho que pueda ayudarla en su aprendizaje-pulsó por última vez en el teclado- todo mi trabajo se encuentra expuesto en el temario de sus estudios.

-No lo creo, señor Robinson. Mi profesor me habló de algo nuevo que estaba pensando llevar a cabo. Y en eso estoy realmente interesada.

-Siento decepcionarla, querida, pero lo que le ha contado su profesor es un bulo. Una utopía imposible de realizar e inalcanzable. Así que ha venido aquí para perder el tiempo y el dinero en su viaje. Si me disculpa, tengo mejores asuntos en que centrar mi atención.

Y con esas palabras, salió del despacho abandonándome a mi suerte. Esperé unos minutos más y salí hacia los jardines que había visto antes de alcanzar la puerta principal. Puede que el maestro fuera un cabezota, pero yo lo era aún más y no pensaba desistir en mi empeño por averiguar qué se traía entre manos.

Paseé por el camino empedrado disfrutando de las inmejorables vistas que me mostraba aquella explosión verde. De vez en cuando, me escapaba a las afueras de la Gran Ciudad para respirar otros aires y disfrutar del inmenso cielo que no se podía ver por los rascacielos kilométricos.

Cuando crucé un arbusto, me encontré de bruces con un joven. Casi pegué un grito del susto, porque no lo había oído trabajar en el rosal y tampoco pensaba que el maestro estuviera con compañía, con lo huraño que era. Antes de que pudiera esconderme, el chico pareció notar mi presencia y se volvió hacia mí. Su rostro me dejó sin aliento, tan perfecto y simétrico. Su pelo cobrizo parecía grácilmente enredado sobre su frente enmarcando unos ojos impresionantemente verdes. No tenían ni punto de comparación con el verde del jardín, era de un color imposible.

-Hola- saludó el joven al verme allí parada- ¿puedo ayudarte en algo?

-Hola, soy Valeria, la nueva ayudante del señor Robinson. Vengo de…

-Sí, ya sé quién eres. Ethan no ha parado de hablar de su visita.

-¿Ethan?... Ah, el señor Robinson…

El chico me obsequió con una sonrisa que disparó mi corazón hasta casi salírseme por la boca.

-Me llamo, Brad- se acercó y estrechó mi mano. Su tacto era cálido y  suave produciéndome un cosquilleo placentero que ascendió hasta la raíz de mi pelo.

-Un placer-conseguí articular inmersa en su mirada verde.

-¿Te ha enseñado Ethan dónde está tu dormitorio?-negué con la cabeza y asintió apesadumbrado- me lo temía. No está muy acostumbrado a las visitas y cuando las tiene, se vuelve un poco antipático.

-¿Solo un poco?- le respondí con sorna mientras lo acompañaba de vuelta a la mansión. De camino a mi habitación fue haciendo de guía mostrándome otras salas e indicándome los horarios de las comidas. Parecía muy seguro de sí mismo y entusiasmado con tener a alguien nuevo en la casa. Me despedí de él cuando me enseñó la habitación y fue a por mi equipaje.

Tenía que ser muy estúpida para no haber ido al menos a comprar un vestido más o menos elegante para la cena de bienvenida que Brad había dicho de preparar. Pero qué leches, no esperaba encontrarme a un joven cerca de ese viejo gruñón.

Cuando llegó la hora señalada, bajé al comedor y Robinson al verme aparecer resopló con desdén. Brad me recibió con una gran sonrisa y hasta me acompañó a mi sitio para colocarme la silla. Era muy detallista y parecía que a Robinson no le hacía mucha gracia.

-Veo que al final se ha querido quedar en mi humilde hogar- soltó mientras se servía sin miramientos gran cantidad de una fuente.

-Así es, los jardines me han convencido y quería disfrutar un poco más de ellos, mientras espero a que se digne a enseñarme.

Robinson elevó una ceja y murmuró algo parecido a los malos modales de los jóvenes urbanos. Valeria uno, Ethan cero.

La velada fue maravillosamente mientras Brad nos contaba cosas cotidianas con su toque inusual, como si lo hubiera vivido por primera vez. Había tal ingenuidad y entusiasmo en su mirada que me tenía cautivada. Su mirada brillaba como la de un niño cuando esperó nuestro veredicto ante la mesa que él había preparado. Esa noche me fui con una sonrisa a mi habitación.

Debieron pasar unos días hasta que Robinson se hizo a la idea que le ganaba en cabezonería y conseguí anotarme otro tanto cuando me invitó a visitarlo a su lugar de trabajo. Quedé entusiasmada con sus artilugios y hasta le mostré un poco de mi habilidad, lo que pareció sorprenderle. Hasta descubrí una impresora 3D en un rincón lo que se me iluminó aún más la mente ante lo que prometía aquella monstruosidad que ocupaba medio laboratorio.

-Señor Robinson, ¿ha creado algo con esta impresora?- le señalé la máquina con la cabeza.

-Cosas sin sentido que no han tenido mucho éxito, me temo.

-Bueno, pero para eso estoy aquí- me señalé- una mente joven y todo eso.

-Cómo no- su tono sonó ligeramente sarcástico, aunque lo siguiente me lo confirmó- como el viejo Robinson está oxidado, nada mejor como traer una mente joven para hacerlo funcionar. ¡Sandeces!

Y sin miramientos, me volvió a dejar tirada por segunda vez.

Pasaron los días y luego las semanas, hasta que conseguí ganarme otra vez la confianza esquiva de Ethan. Había que tener mucha mano izquierda con él y si no hubiera sido por Brad, el tierno e ingenuo Brad, no habría llegado hasta donde estaba con el viejo gruñón.

Mientras las mañanas las pasaba con el anciano maestro, las tardes las disfrutaba como una niña, en compañía de Brad que me mostraba  un mundo en una burbuja donde cualquier cosa podía ser un maravilloso descubrimiento.

No sabía cómo, pero nunca me había sentido atraída con tal fuerza por alguien del sexo opuesto. Todos parecían superficiales, inmersos en sus mentes brillantes, pero Brad no era así. Todo lo contrario, se volcaba por complacer y disfrutaba mucho más al ver feliz a los demás. Hasta conseguía sacar el lado tierno de Ethan, cuando lo llamaba “mi jovencito  explorador”.

Pero no todo era multicolor y maravilloso. Había asumido que Brad era discípulo de alguna forma de Ethan, hasta que una tarde vi al joven husmeando por la biblioteca del viejo.

-¿Buscas algo, Brad? ¿Necesitas ayuda?- pregunté sorprendiéndole. Era la primera vez que lo pillaba in fraganti, cuando normalmente era al revés.

Me miró con gesto de culpabilidad y con las prisas por cerrar el libro que tenía entre manos, se le cayó lo que parecía ser una fotografía. Por segunda vez, me sorprendí teniendo reflejos mejores que él y cogí aquel recuadro que resultó ser de un joven muy parecido al mismo Brad.

-Vaya… ¿sois familia?

Brad miraba intensamente aquella fotografía como si quisiera hacerla desaparecer.

-En realidad, es familia de Ethan. Su hijo, creo.

-No sabía que Robinson tuviera familia.

-Y no la tiene. Su único hijo y su mujer murieron en un accidente de trabajo. Se encontraban trabajando los tres cuando se produjo una explosión y se llevó a su familia.

-Oh, vaya…- no sabía qué decir al respecto, pero comenzaba a entender el aire taciturno y huraño del maestro.

-Ethan me adoptó cuando tenía 2 años, y desde entonces vivo aquí, ayudándole en lo que pueda.

-Eres un gran amigo, Brad- no pude evitar darle un abrazo de compasión por el gran peso de la responsabilidad que caía sobre sus hombros. Sentí sus brazos rodearme acercándome más hacia su torso, lo que provocó una sacudida en mi pecho. Nos quedamos un tiempo así, hasta que un grito llamando a Brad nos hizo despegarnos como si hubiéramos sufrido una descarga eléctrica. En una milésima de segundo, vi los ojos de Brad mirándome con un brillo distinto; pero desapareció al instante, como si fuera una ilusión.

Aquella noche mientras cenábamos, no paré de sentir la mirada de Robinson sobre mi cabeza y tampoco parecía quitarle el ojo a Brad. ¿Acaso había descubierto lo que estábamos haciendo en la biblioteca? Esperaba que no.

A partir de aquella noche, no había momento en que Ethan no me mandara hacer cosas inútiles en su laboratorio. Llegó incluso a ocuparse de mi tiempo libre de las tardes, mandándome trabajo extra para llevarme a mi habitación. Lo malo es que no veía a Brad, pero tampoco estaba aprendiendo absolutamente nada interesante y que no hubiera visto ya. Comenzaba a dudar de la mente brillante de aquel hombre que lo tenían en un pedestal en la universidad.

Hasta que un domingo por la tarde, conseguí escaparme del trabajo y salí a respirar el aire fresco. Caminaba por los jardines cuando escuché un murmullo unos metros más adelante. Cuando llegué a la misma esquina donde conocí a Brad, me asomé y descubrí a Ethan con mi joven amigo. Pero aquello no fue lo más extraño, sino que el anciano parecía trastear en el pecho del joven. Así era, estaba “trasteando” porque se oían ligeros ruidos de maquinaria que provenían del interior de Brad. Me aparté veloz antes de que me descubrieran y salí disparada hacia la mansión lo más silenciosamente que pude.

Para mi sorpresa, no me encontraba tan chocada ante la revelación que vi en los jardines. Comenzaba a comprender el parecido tan semejante al hijo de Ethan con Brad y el por qué decía que no tenía nada que mostrarme que no supiera ya. Era la primera vez que se creaba a una persona, con unos rasgos humanos y unas características inusitadas, porque ¿cómo había conseguido que irradiara calor humano? Eso no era propio de una máquina, de un robot, que es lo que era Brad.

Y otra realidad chocó contra mi mente como una losa: me había ido a enamorar de una máquina, un objeto inanimado que no tenía sentimientos. Vale que pudiera irradiar sentimientos de curiosidad y entusiasmo, pero a lo mejor era un reflejo que queríamos ver en él. Una simple máquina, por Dios.

Aquella noche no bajé a cenar y me pasé un buen rato en la bañera, rumiando sobre todo aquello. Pero cometí un error: no fijarme en que Ethan me vigilaba muy de cerca, demasiado.

Si antes me dejaba a mis anchas pero saturada de trabajo, ahora lo tenía como una sombra. Incluso en los pequeños descansos que me tomaba, lo veía en la ventana de su despacho siguiendo mis paseos. Lo que aumentó mi curiosidad y el ansia de descubrir qué se escondía en la mente de aquel hombre y su trabajo utópico, como él mismo decía.

No tardé en descubrirlo, cuando trasteando en su mesa de trabajo encontré unos archivos. Comencé a hojearlos cuando algo captó mi atención. Se trataba de la estructura molecular de un material que parecía muy flexible. Apunté los datos en mi libreta y seguí trabajando en lo que me había encomendado.

Unos días más tarde, cuando todos dormían, me levanté y bajé tan silenciosamente como pude al laboratorio. Puse en marcha la impresora 3D e introduje el material que había diseñado previamente. La sorpresa fue mayúscula cuando emergió una capa que al tacto se asemejaba a la piel humana. El viejo gruñón de Robinson había descubierto un material que imitaba la piel humana, lo que podría equivaler a que podría crear órganos y crear una persona… idéntica a otra… Lo que me llevaba a Brad y su unión con el hijo de Robinson. Había conseguido fotocopiar a su hijo y si mi intuición no me fallaba, puede que hasta hubiera más de una imagen impresa del hijo de Ethan. ¡Maldita sea, era un puto genio! Macabro, pero un puto genio.

Me fui a la cama, dispuesta a llamar por teléfono a mi profesor de la universidad para contarle las novedades. Desgraciadamente, mis planes fueron trastornados cuando a la mañana siguiente, me encontré atada a una silla en una sala que no había visto en mi vida.

Delante de mí, tenía a Ethan y a su lado estaba Brad que miraba compungido mi reclusión.

-¿Por qué me encuentro así, Robinson? ¿Es otro juego de los tuyos, maestro?

-Más quisieras, niñata. ¿Pensabas que no me iba a enterar en qué andabas tramando? Descubrir mis estudios, para quedarte con todo el mérito… o mejor, dárselo a tu querido profesor.

-No te voy a mentir con que pensaba llamar al profesor, pero no es por quitarte el mérito. Era para que acudiera aquí y te convenciera de que deberías patentarlo y no ocultarlo- señalé a Brad- es tu gran obra…

-¡Bobadas, niña! Es mi maldición por haber jugado a ser Dios, y él es mi castigo.

-Lo siento, Ethan- intentó disculparse Brad.

-¡No me hables, engendro! Cada dos por tres, tengo que repararte y sólo me causas molestias y pérdidas económicas. No has traído nada bueno a esta casa, desde que te engendré.

Me quedé de piedra al oír el discurso del viejo, ¿engendrar?, se le estaba yendo la olla.

-Ethan, él es tu hijo. No puedes rechazarlo de esa manera.

-No es mi hijo, es algo que lo suplanta, ¡pero no es mi hijo! Es un castigo de Dios- sollozó tapándose la cara con las manos y acabé descubriendo un cuchillo entre ellas.

-Ethan, ¿qué piensas hacer con ese cuchillo?- le inquirí.

El hombre se descubrió la cara y miró el cuchillo como si se diera cuenta de que lo tenía ahí.

-Bueno, se supone que este engendro es mi secreto más oscuro y sinceramente, no quiero que nadie más lo sepa. Así que… tengo que matarte-comenzó a acercarse.

Llamé a Brad al mismo tiempo que pedía auxilio e intentaba convencer a Ethan de que me soltara, que en realidad no quería matarme porque todos sabían dónde estaba y vendrían a preguntarle.

-Nadie sabe que estás aquí. En realidad, se supone que estás en un viaje tomándote unas vacaciones cuando decidiste darme por perdido, porque era un viejo ermitaño que no quería saber nada de la universidad y la ciencia.

-¡Brad, por favor, convéncele! Sabes que yo no quería haceros daño, no quiero que estés encadenado a…- de pronto, vi todo blanco cuando Ethan me cruzó la cara con una bofetada que me hizo mirar hacia otro lado.

-¡Cállate, zorra pecadora! Tú también eres un engendro, para cautivar a los hombres y convencerlos para que hagan lo que tú quieras.

-Por favor, Brad… ayúdame, te lo suplico- susurré encogiéndome cuando vi acercarse el cuchillo hacia mi cara.

-Empezaré rajando esa bonita cara que tienes…

-¡BRAD, POR FAVOR!- grité cerrando los ojos con fuerza, saboreando la muerte.

Un golpe sordo llegó a mis oídos y al abrir los ojos de par en par, descubrí a Ethan en el suelo junto a mis pies y a Brad con un bate de béisbol. Comenzaba a aparecer un charco oscuro bajo la cabeza del viejo y no podía apartar la mirada de aquella escena.

Sentí que me desataban las manos y los tobillos de la silla y luego me alzaban. Unos ojos intensamente verdes aparecieron en mi campo de visión, interrumpiendo aquel río de color idéntico al vino tinto.

-Valeria, tienes que irte de aquí de inmediato. No pueden saber que estuviste aquí.

-Pero Brad, ¿y tú qué harás? Si te encuentran…

-No te preocupes por mí, sé apañármelas solo. Acabaré con toda esta pantomima de una vez por todas.

-¿Y Ethan? Necesitarás ayuda para deshacerte de él…

-Lo sé y lo tengo todo pensado, pero tienes que irte de una vez para poder hacerlo.

Al fin vi un atisbo de luz ante lo que sugería.

-No, Brad, por favor, no puedes hacerlo así. Vente conmigo, encontraremos una solución, pero tienes que venir conmigo.

-No puedo, Valeria. No soy una persona real, soy un muerto viviente que no tiene alma.

-Tienes alma, tu curiosidad y entusiasmo, tu ilusión por ayudar; eso es humano.

-Para los demás no es suficiente eso.

-Para mí sí, los demás me importan una mierda.

-Lo siento, Val, pero no puedo permitirme vivir así.

Empujó de mí contra mi voluntad y se encerró con el cuerpo del viejo. Aporreé la puerta mil veces gritando el nombre de Brad.

-Vete de aquí, Valeria. ¡Este no es tu mundo!

Después de los minutos más largos de mi vida, no pude hacer otra cosa que despedirme.

-Te quiero, Brad. Siempre estarás en mi corazón.

Escuché un sollozo al otro lado de la puerta y luego un golpe. Era hora de irse.

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