Relato en tres dimensiones

Relato en tres dimensiones

[Joel Ayala Alicea]

En las afueras de Dalecarlia, a medio camino entre Oslo y Mora y bajo la imponente sombra de La colina de los vientos, yace la aldea de Sälen. Consiste de un centenar de casas con techos rojos y humeantes chimeneas, ordenadas en dos hileras simétricas que corren paralelas a ambos lados de la única carretera, rematando con la casa parroquial al pie de la montaña nevada. En el crepúsculo se puede apreciar en detalle la silueta del pueblecito, recortado a contraluz sobre la superficie helada del promontorio.

   A cien pasos de la iglesia parte un senderito, parcialmente oculto por la nieve apelmazada, que serpentea por la ladera y termina su camino tortuoso en una pequeña explanada a mitad de camino de la cima. Aquí se levantaba contra los cortantes vientos de invierno, una casa de piedra colorada, con techo en cuatro aguas y doble chimenea, cercada a la mitad por un reducido balcón hecho con troncos de roble. Era aquí donde vivía Lemuel Holgersön.

   Era Holgersön un joven científico, célebre en toda la comarca por haber introducido la impresión en tres dimensiones; incluso, dándole a esta tecnología unas aplicaciones hasta el momento inéditas. De constitución delgada, gruesas gafas de cristales convexos, dábanle a sus ojos la apariencia de estar sumergidos en un mar en miniatura. Para terminar de pintar la esencia física de Lemuel, cabe decir que lucía sobre el mentón una barbita incipiente, de la que sentíase muy orgulloso y que cepillaba todas las mañanas con puro aceite de ricino para darle brillo y grosor, pues en realidad parecía más bien una negligencia al afeitarse, que una barba propiamente dicha.

     Aun siendo una comunidad pequeña, estaban allí al tanto de los adelantos científicos; además recibían la visita de miles de turistas sofisticados que esquiaban en sus montañas; por tanto, eso de la impresión en 3D no era del todo desconocida en Sälen, aunque no así las aplicaciones que Holgersön daba a esta tecnología. Aplicaciones de las que mucho se hablaba en los círculos entendidos en la materia, mas sin ser aplicacas hasta el momento. Esto cambió, cuando Lemuel logró fusionar la impresión en tres dimensiones con la biotecnología y acuñó el término a todo lo derivado como bio-impresión.

   Similar a la impresión normal en 3D, utilizada sobre todo para crear prototipos a escala, la bio-impresión consistía de un surtidor cargado con gel proteínico, que se esparcía sobre una superficie estéril. Cuando este gel contenía suficiente masa, un inyector procedía a superponer capas de células vivas, hasta formar la estructura orgánica deseada; órganos, tejidos, o cualquier extremidad del cuerpo, completamente funcionales y listas para transplantarlas mediante cirugía al paciente. Este procedimiento garantizaba el éxito de la operación, al reducir la probabilidad de rechazo hormonal, pues la materia prima del órgano provenía del mismo paciente a transplantar; year además una alternativa real para las personas, que muchas veces fallecían antes de que encontrasen algún donante compatible.

   Una idea revolucionaria, sin duda; aunque, en realidad, distaba de ser perfecta.

    Así, estaba el caso del bibliotecario, quien de joven perdió un ojo en un accidente de caza. Holgersön le diseñó un hermoso globo ocular de un azul intenso, que tras devolverle la visión, de paso le mejoró la autoestima. Una semana después descubrió que tenía la inusual capacidad de poder mirar con cada ojo en direcciones totalmente opuestas. De esta manera, comenzó a probarse con los libros, sorprendiéndose al comprobar que podía leer dos al mismo tiempo, uno con el ojo derecho y otro con el izquierdo, de materias completamente distintas y con perfecto entendimiento de ambas. En dos semanas habíase leído tres cuartas partes de la biblioteca. Terrible dilema, cuando comenzó a leer las sagas. Pues leía con mucha más rapidez con el ojo trasplantado que con el otro, y no bien comenzaba una historia con este, que con el otro se descorazonaba, porque en el segundo libro algún personaje moría de un simple incordio anal. También, no tan importante por el implicado, sino porque casi acaba en tragedia, estuvo el caso del monaguillo. Era este un muchacho huérfano, al que de niño, el perro de la acasa había atacado salvajemente, desgarrándole por completo la nariz y parte de una mejilla. El párroco, buen hombre donde los hay, lo tomó bajo su ala y lo instaló en un cobertizo con catre junto a su cuartucho y le enseñó todo cuanto pudo respecto a la iglesia. Como era el párroco ya viejo y reumático, servíase del muchacho para todo, tanto para fregar los pisos de la parroquia, como para hacer los quehaceres antes, durante y después de la liturgia. Sucedió que Lemuel, compadeciéndose de la desgraciada suerte del muchacho, le imprimió una nariz tan perfiladita y respingona que daba gusto verla. Feliz, quedó el huérfano con su nueva nariz, mas no fue por mucho tiempo. Resultó que esta tenía un desperfecto terrible: el muchacho con su nariz, arrasaba con todo el aire disponible entre cuatro paredes; por consiguiente, a riesgo de morir por asfixia, no era posible estar al mismo tiempo que él en una habitación cerrada, a menos que este inhalara única y exclusivamente por la boca. En todo el pueblo tenían en cada casa y espacio cerrado común, el mismo letrerito en algún lugar visible, donde advertían sobre el derecho universal al oxígeno y de las bondades de inhalar por la boca. Decidieron darle un tono impersonal para que el pobre  no se sintiera aludido, pero él conocía la verdad. Por su parte, este se cuidaba y únicamente inhalaba por la nariz cuando estaba al aire libre, pues había suficiente aire para todos. Pero, como siempre pasa al que nace con mala estrella, quiso la suerte que una noche de sueño profundo, acaso por el cansancio, cerrara la boca, dándose a respirar por la nariz. Al despertar a la mañana siguiente, dióse cuenta de que el párroco estaba casi muerto, ya que apenas respiraba y comenzaba a ponerse del color de la carne en salmuera. Le fue peor al pobre muchacho, pues después de recuperarse, al viejo se le acabó la caridad y las buenas maneras y tras romperle la escoba encima, lo mandó a dormir al campanario, donde no pudiera hacerle daño a nadie con su endiablada nariz.

   Si bien era cierto que la perfección de la bio-impresora mantenía ocupadísimo a Lemuel, también existía una idea cuyas probabilidades robábanle el sueño noche tras noche: la cuarta dimensión.

   Tenía Lemuel una singular teoría de las dimensiones y para confirmarla, pasábase noches enteras explorando la posibilidad de la impresión en cuatro dimensiones de un objeto inanimado. Estudió hasta el cansancio todas las teorías del teseracto y la geometría euclidiana. Se aprendió de memoria los términos e ideas de Howard. El Diagrama de Schlegel presidía las paredes de su laboratorio. La sala parecía un campo de batalla, con cientos de hipercubos de todos los tamaños y colores. Eran hipercubos malogrados, según Lemuel, pues carecían del único elemento que le podía insuflar perfección: la teorizada, pero elusiva cuarta dimensión.

   Una noche, tras un arduo día de investigaciones, le pareció que por fin había dado con la solución al insalvable problema de analogía dimensional. Creyó entonces, haber estabilizado una variable que le había eludido por años, logrando asignarle un valor real y estable. Ansioso, corrió al computador, donde virtualizó un hipercubo con las nuevas fórmulas, preparó el sistema de foto-polimerización y mediante un fino hilado de electrones comenzó la impresora a darle forma al sueño de Lemuel.

   De más está decir que era este un proceso lento y tedioso, por lo cual quedóse dormido durante la segunda hora de hilado y despertó pasadas las seis. Justo a tiempo, pues entonces la máquina iba terminando la parte crucial del hipercubo. Se levantó de un salto y quedóse mirando expectante, el resultado final de su experimento. La impresora iba lentamente delineando la última arista, sin prisa, esparciendo el filamento como con deliberada pereza, regodeándose en el vértice, superponiendo poco a poco cada capa de polímeros, impávida, como si con ella no fuera, llevando al borde del desespero a Lemuel, quien miraba la máquina con febril ilusión, sin dar crédito a sus ojos, cuando completó el borde final del diseño virtualizado, lo levantó en vilo depositándolo sobre la plataforma, lo bañó con un fino acabado de aleación de titanio, lo giró un par de ocasiones para que se aireara, lo exhibió un instante con todas sus caras relucientes y enseguida se detuvo con un estruendo. Entonces…

   Nada sucedió.

   Al menos eso parecíale a Lemuel, quien gastábase las pupilas magnificadas mirando angustiado las superficies del modelo. Por un momento creyó registrar un leve movimiento en… Algo, como una débil fluctuación del espacio alrededor del cubo, pero… Acaso...¿sería posible?

   Allí donde se apoyaba la base sobre la plataforma, parecía comenzar a formarse un punto minúsculo, casi imperceptible, sin embargo allí estaba. Acercóse Lemuel en el justo momento en el que el espacio alrededor del hipercubo estalló en una panopla de luces y lenguas de fuego multicolor, que se reflejaron en sus lentes cual faros de navegación; y formóse tal curvatura del espacio que el propio Lemuel fue succionado dentro del portal ardiente.

   Ardiente sin duda, aunque al ser expelido del otro lado solo lamentó que se le chamuscasen los cuatro pelos de la barba y quizás un tanto de las cejas. Por lo demás estaba completamente ileso, aunque enervado por el susto, el cual muy probablemente le había echado a perder los calzones, y no era para menos. Mas no tuvo tiempo de lamentarse, pues no bien salido del portal, y ya encontrábase cayendo a lo largo de una superficie fría y blanca, hasta aterrizar de bruces sobre el suelo.

   Allí, cerró sus manos sobre un puñado de lo que parecía ser nieve, pero distinta a la que él conocía. Tanteando, se sorprendió de que esta nieve era fría, sí, y blanquísima también; pero no como la nieve normal, pues estos copos no eran regulares, sino como confeti. Confeti, aunque quebradizo y frío como la nieve. Alzando la vista, dióse cuenta de que se había deslizado a lo largo de una pared nevada y que a mitad de esta dibujábase claramente su propia casa con el balconcito de roble y su doble chimenea. Pero, había algo peculiar acerca de esta casa y también sobre la pared. ¿Cómo subir hasta allá, si la subida era totalmente vertical?

   Mirando alrededor descubrió que, efectivamente, estaba en el pueblo, justo al lado de la parroquia; pero esta y las demás casas circundantes parecían pintadas sobre lienzo. Igual impresión le dieron las primeras personas que se asomaron a mirarle tirado allí sobre la nieve. Todo era casi como aquellos dibujos infantiles que solía hacer en el reverso de su cuaderno de primaria, con casitas elementales y el sol pintadito en una esquina. Lo único distinto era que estas personas, que ahora le miraba como si hubiese caído del cielo, no eran meras caricaturas mal hechas, con dos líneas cruzadas por cuerpo y brazos y un circulito con una carita alegre por cabeza. No, estas personas tenían facciones como él, con la sola diferencia de poseer únicamente longitud y anchura, pero exactamente delgadas como las láminas de su cuaderno. Entonces comprendió que, en su afán de comprobar la cuarta dimensión, había encontrado la segunda.

   Ya la multitud era grande y Lemuel notó como lo escrutaban en silencio. De la parroquia salió el párroco, mas no parecíase en lo más mínimo al viejo reumático de su lado del portal. En cambio, este nuevo párroco llevaba la sotana con garbo y era treinta años más joven. De la casa en la montaña- su casa, al menos del otro lado- veíanse dos figuritas que avanzaban lentamente y que comenzaron a descender la montaña vertical. Al llegar a su encuentro, tampoco se sorprendió demasiado al comprobar que su equivalente en aquella tierra bidimensional ni en lo más remoto se le asemejaba.

   Era un hombre maduro, sin lentes, de pelo gris cortado a cepillo. Le acompañaba una joven de ojos claros y tez delicada que se presentó como Lilith. Su padre, de nombre Olaf, en efecto, resultó ser científico al igual que Lemuel y tampoco se mostró muy sorprendido con la aparición de este; cuestión que calificó como un desgarre en el tejido del espacio-tiempo, que causó que un ser, hasta el momento teorizado, penetrara de una dimensión tridimensional a esta. Contó que lo mismo habíale ocurrido años atrás, cuando en la época febril de la juventud persiguió sin descanso la quimera de la tercera dimensión.

   Narró, de como había logrado el salto dimensional; mas no resultó como lo habían predicho sus teorías. Una vez allí, se topó con un mundo totalmente básico. Descubrió con estupor, que no había saltado a una dimensión mayor, sino a una menor y elemental: el mundo de una dimensión. Lo describía como uno lleno de rayas; donde toda la materia era representada por líneas, en una sola dimensión. Reconoció a los seres vivientes, solo porque parecían ser las únicas líneas con movilidad. No estuvo más de unos pocos minutos; decidió retornar a su propia dimensión, decepcionado por la realidad.

   Fue entonces que Olaf, entusiasmado por lo que esto representaba, sugirió a Lemuel la posibilidad de una cadena de eventos a la inversa: considerando que él, un ser de dos dimensiones, descubrió la primera dimensión y Lemuel, un tridimensional que dió con la segunda, sería muy lógico pensar que, eventualmente, un organismo de la cuarta dimensión descubriera la tercera. Solo era cuestión de tiempo, aseguraba. Una idea atractiva y plausible, pensó Lemuel.

   Lo que sí sucedió, fue que Lemuel permaneció en este mundo por dos meses; tiempo que aprovechó, con la ayuda de Olaf, para reunir materiales y tecnología necesaria para fabricar otra impresora 3D y abrir una vez más el portal que lo trajo hasta aquí. Durante su estadía aprendió mucho de la sabiduría de Olaf, quien le dió la fórmula para perfeccionar la bio-impresora que tantas angustias habíale causado, pues era similar a la que él había creado y aunque se desempeñaban en dimensiones distintas, compartían básicamente un mismo principio.

   Aprendió además, que en aquel mundo plano no únicamente se moría de vejez, sino que también se daban casos extraordinarios, como el del abuelo de Lilith, quien murió desgarrado a la mitad por la infame ráfaga de un ventarrón de otoño, que además de arrasar con las últimas hojas de los árboles, también se llevó al pobre viejo en volandas y lo despedazó en pleno vuelo.

   Fue durante los últimos preparativos de la impresora, que Lilith y Lemuel diéronse cuenta de que el amor había florecido entre ellos. No ocultaron sus sentimientos; mas Olaf, aunque conmovido por la devoción de Lemuel hacia su hija, creía que era este un romance abocado al fracaso, sencillamente por la incompatibilidad de dimensiones. De más está decir que haciendo caso omiso de su advertencia, Lilith se declaró dispuesta a emprender el viaje a la tercera dimensión con Lemuel, así sacrificase su propia vida.

   Llegó el día esperado. Tras la apertura del portal, Lemuel le indicó que era el momento de partir. Ella, muy conmocionada, despidióse de su padre y de los demás habitantes. Recordando Lemuel las propiedades inflamables del portal, que habíale chamuscado su fino bozo y temiendo que Lilith ardiera en llamas durante el salto dimensional, tomó la providencia de agarrarla firmemente por los hombros y con sumo cuidado fue doblándola de a poco, tres veces a lo largo y dos a lo ancho, hasta que quedó del tamaño justo y la metió dobladita dentro de la seguridad del bolsillo de su pantalón. Solo entonces entró en el portal.

   Del ulterior devenir de Lemuel, baste decir que tras semanas de trabajo en la bio-impresora, logró hacerla totalmente infalible, gracias a los consejos de Olaf. La perfeccionó a tal extremo, que ya no era necesaria la cirugía para realizar los trasplantes, sino que la máquina era capaz de imprimir la pieza, justo en el área donde el paciente la requería, sin mayores complicaciones. Incluso fue Lilith quien estrenó la nueva función de la bio-impresora. Tras largas meditaciones sobre la posibilidad de lo que se proponía, Lemuel logró añadirle volumen y grosor al cuerpo bidimensional de Lilith, con tal éxito que justo al año esta pudo concebir.

   Lemuel presenció el parto y fue testigo del nacimiento de una hermosa niña de ojos claros y completamente pelona. Al examinarla bien, notaron con estupor, que traía un tejido desconocido adherido al cuerpecito. Era una lámina gelatinosa y translúcida, con toda la coronilla poblada de fino vello. Cuando liberaron a la niña de aquello que traía pegado a la piel y lo expusieron a la luz, dióle al doctor tal síncope que hubo que cargar con él hacia Urgencias, pues aquella laminita resbalosa y con pelos que exhibía en las manos, empezó a chillar frenética, una vez que lo separaron de su hermanita. Corrió cual pólvora la buena nueva de que Lemuel era padre al fin, de una preciosa niña de ojos claros y también de un hermosísimo niño plano. Respecto a este, Lilith prohibió terminantemente a Lemuel, hacerlo pasar por el proceso de engrosamiento que ella pasó: si ser plano era su naturaleza, pues plano sería. Lo lavó con mimo y tras mucho pensarlo, dióle por nombre Titus, en honor a su pobre abuelo desgarrado por el viento.

   Solo una cosa cabe añadir y es que, efectivamente, tuvo Olaf mucha razón cuando esbozó aquella teoría:

   Muchos años después, durante una de las peores nevadas en décadas, aquel mítico ser de la cuarta dimensión, irrumpió de lleno en la apacible realidad de Sälen y del anciano Lemuel Holgersön.

Pero eso es ya una historia muy distinta, que en nada atañe a esta; porque es este un simple relato en tres dimensiones, que no es en cuatro…

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