Lucas y Tridi
[Ana Belén Alcolea]
Lucas tiene cuatro años, es rubito, rollizo y unos mofletes rosas muy graciosos, es hijo único y lo seguirá siendo porque a mamá le detectaron una anomalía en su máquina de hacer bebés tras el parto, o al menos, eso le explican a Lucas cada vez que pide un hermanito. La primera vez que el pequeño le preguntó a mamá por qué no tenía hermanitos, mamá tenía una mirada muy cansada, de hecho, sus ojos en alguna ocasión tuvieron que bañarse para animarse un poco. Eso también se lo explicó mamá, los ojos no lloran de tristeza, se cansan de tantas horas abiertos y se dan un baño de vez en cuando para aguantar al pie del cañón y no nos perdamos nada. Lucas lo entendió, los suyos también se daban chapuzones de vez en cuando. Mamá había estado en el hospital una semana, la misma que Lucas pasó en casa de su abuelita, mismas preguntas, mismas respuestas. Mamá no dejaba cable suelto.
Pasados unos días, puede que semanas, Lucas dejó de insistir en lo de los hermanitos, los ojos de mamá se bañaban menos, pero, sin embargo, su mirada seguía pareciendo cansada.
Lucas apenas salía de casa, iba al colegio, sí, pero apenas si hablaba con algún niño. Mamá está muy preocupada, su pequeño está cambiando, no tiene mucha expresión en la cara, se ha vuelto tan introvertido…
¿Cómo es posible que esté pasando esto? Se pregunta la mamá continuamente, no encuentra respuesta, no tiene amparo. ¡Con el amor que le damos! Y razón no le falta, desde que supo que no podría tener más hijos, tanto ella como su marido se volcaron en Lucas, tanto, que a veces también se echan la culpa de su cambio en el comportamiento, tanto, que han concertado una cita con un psicólogo.
Es el día, están todos nerviosos, Lucas no sabe muy bien por qué tiene que ir a hablar con un extraño, a solas. Sus papás, por lo que les pueda decir, temen que realmente sean ellos los culpables, temen que no haya una solución a su problema.
Ya está Lucas con el psicólogo, silencio. Rompe el hielo el especialista:
-Bien, Lucas, ¿cómo te encuentras? -a lo que Lucas hace caso omiso.
-¿Qué tal ha ido el cole hoy? -lo intenta de nuevo.
-No quiero habá con usted -replica por fin Lucas.
-¿Y por qué no?, bueno, vamos a jugar a un juego.
-Yo no voy a jubá a nada, no quiero jubá con nadie, no quiero habá con nadie.
En este preciso momento, el psicólogo entendió todo, acaba de toparse con el problema que tenía Lucas para comunicarse con los demás y lo que es peor, había intuido un trauma que probablemente el niño había sufrido en el colegio, posiblemente a cargo de uno o más niños de su clase o en el recreo, una burla puntual o quizás, una burla continua que lo tenía asustado y nada motivado.
Al darse cuenta de todo esto, el señor tan amable salió de la sala, invitó a Lucas a levantarse del diván e ir a coger un coche de juguete que había encima de un estante y se dirigió a hablar con los padres.
-Creo que he descubierto el problema de Lucas -dice el doctor rotundamente, pero sin querer pillarse los dedos-. Se trata de un trastorno en el habla, no es capaz de pronunciar bien ciertas palabras y esto es lo que, casi sin duda, ha provocado que deje de intentar comunicarse o dirigirse a los demás. Casi sin duda también, es el hecho de que ha sido víctima de numerosas burlas en el colegio por parte de sus propios compañeros.
Los padres del niño por supuesto conocían la dificultad de su hijo para vocalizar correctamente, pero pensaban que era por falta de madurez, tenía cuatro años, pensaban que se solucionaría con el paso del tiempo. ¡Qué ilusos! Los problemas, si los consideramos problemas, si lo son, hay que atajarlos, hay que enfrentarse a ellos como tales y hay que buscarles solución. Ahora venía el problema: ¿cuál era la solución? ¿Había solución?
El psicólogo vio sus caras de preocupación a la par que de incredulidad y no tardó en proponer una terapia con la que podían intentarlo, pero primero, dijo, debía hablar con la logopeda.
Al día siguiente primera reunión con Lucas, su psicólogo, y ahora también, su logopeda. Todo estaba bien, salvo que Lucas seguía sin hablar. Dos semanas tardaron en sacarle unas palabras a Lucas: -¡No quiero habá con nadie, déjame en pá! La logopeda no se vino abajo y le pidió al psicólogo que los dejaran solos. Dicho y hecho, el señor salió de la habitación y la logopeda tuvo toda la intimidad que necesitaba para tener la confirmación de sus sospechas: -Lucas, cariño, ¿por qué no quieres hablar con nadie? ¿Acaso se han reído de ti en el cole? A lo que Lucas, mirándola con ganas de contarle todo, incluso que la máquina de hacer bebés de su mamá no tenía arreglo por no sé qué, pero se limitó a contestar con una afirmación con la cabeza.
-Ya me imaginaba… pero ¿sabes qué?, vamos a trabajar la pronunciación, si colaboras, vamos a conseguir que tu habla sea perfecta en el mínimo tiempo posible. ¡Vamos a salir en el libro de los Récords Guinness! Y Lucas la miró con algo de esperanza reflejado en sus infantiles ojos. En cuanto al tema del acoso escolar, era trabajo de su colega.
Los papás de Lucas estaban contentos, habían tenido una pequeña charla con Marta, la logopeda, y les había contado que veía todo el potencial del niño y les pidió que confiaran en ella. Ellos, al igual que Lucas, asintieron con la cabeza.
Lucas dejó de ir al colegio, se negaba en rotundo, pero todos estaban esperanzados y pensaban que este absentismo sería por una temporada corta, ya que habían depositado toda la confianza los unos en los otros. Llegó el día clave de trabajo para Lucas, tenía que empezar a hablar, aunque fuera mal, o como diría él: “má”.
Marta y Javier, el psicólogo, llegaron a la cita con un amigo nuevo para Lucas, sería su primer reto, ser escuchado por un amigo que no tiene oídos, bueno, sí los tenía pero no la capacidad de escuchar.
El marido de Marta se dedica a la impresión digital, hace cinco años inventó una impresora que imprimía en 3D, ¿se imaginan?, ¡una impresión con volumen!
La impresión casi era a tamaño natural, era moreno, aunque también rollizo y también con coloretes en las mejillas, casi tan alto como Lucas. Cuando el niño vio a su nuevo amigo se asustó, dijo que no hablaría. Entonces, con ayuda de Marta, le tocó la boca y las orejas. -¿Lo ves, Lucas? No se va a reír de ti, su boca no se mueve, ni siquiera podrá oírte, es más, si un día te apetece a ti reírte de él, le pondremos un piercing en las orejas, o en la nariz, o en la oreja…
Así, poco a poco, Lucas empezó a sentirse más cómodo con esta situación, el doctor tenía su media hora de terapia con él y con el amigo nuevo de papel: Tridi.
Los progresos que hacía Lucas cada día sorprendían hasta a los más optimistas, lo mejor de todo es que había perdido el miedo a hablar en público, al menos delante de Tridi, con lo que un día vinieron otros tres amigos impresos en 3D, niños y niñas, pero a Lucas no le importó, sabía que eran como Tridi, no podrían reírse de él ni siquiera escucharle.
Un día, después de valorarlo mucho, decidieron que Lucas, logopédicamente hablando, ya no mejoraría más, ya había hecho todo el progreso, su habla era perfecta y su locución también. Ahora, el momento de tomar decisiones en cuanto a su psiqué.
Aún había muchas preguntas en el aire: ¿realmente ha perdido el miedo? ¿o es cosa solo de los muñecos impresos? ¿qué pasaría cuando tuviera que volver al cole? ¿qué pasaría si algún niño se ríe de él? Solo había una forma de saberlo…
La mamá de Lucas está nerviosa, hoy es la prueba de fuego, le ha preparado a Tridi para que le acompañe en su vuelta al cole, no para que crea que va a hablar solo delante de él, si no para que se sienta arropado, se había convertido en su amigo de verdad, bueno, de papel, pero de papel de verdad.
Lucas sabía dónde iba, al menos, a la vista, no se apreciaba que estuviera siendo víctima del pánico, ni mucho menos.
Cuando el niño entró cogido a su muñeco impreso al aula, fue el blanco de todas las miradas, aunque no se sabía muy bien si era él o Tridi. Podía apreciarse, incluso, una mirada de celos o envidia, he de repetir que la impresión era perfecta, Tridi parecía uno más y Lucas era su amigo, era para tener celos…
La profesora se alegró de verdad al ver a Lucas de regreso, y animó a los niños a aplaudir para recibirlo. Cuando escuchó esa gran ovación, Lucas se emocionó y sus ojos casi se van a la costa un rato, pero se contuvo, esa no era la verdadera victoria.
Antes de sentarse, la profesora pidió a Lucas que presentara a su amigo de papel de verdad a la clase y, ni corto ni perezoso, Lucas se enfrentó a los veinticuatro compañeros mostrando orgulloso a su amigo Tridi. No pronunció mal ni una sola palabra y eso que estuvo más de diez minutos hablando de Tridi y de lo que habían conseguido juntos, quizás no sabía explicar realmente en qué había consistido esa ayuda o qué era realmente en lo que le tenían que ayudar, lo que tenía claro, clarísimo, es que se sentía feliz, seguro de sí mismo, sin miedos, con ganas de hablar y hablar, de comunicarse, de jugar con todos, y con Tridi, por supuesto.
Viendo tal cambio en Lucas, la profesora llamó a sus padres para preguntarles cómo lo habían conseguido y con tanta rapidez, ellos le comentaron la terapia que había seguido y la importancia de su amigo impreso, pero en papel de verdad.
Así, el mundo de la logopedia y la psicología aunaron más sus fuerzas y su trabajo, hubo muchos más amigos en papel de verdad que colaboraron en la integración de niños de un modo u otro.
El marido de Marta, el gran inventor de las impresiones en 3D, se hizo rico, riquísimo con tantos Tridis, pero donaba las dos terceras partes de sus ingresos para I + D+ I, que tan abandonado lo tenemos hoy en día.
Y Lucas comió perdices cada vez que quiso…